29 de mayo de 2012

Publican normas del Vaticano para proceder ante apariciones y revelaciones privadas

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VATICANO, 29 May. 12 / 09:47 am (ACI/EWTN Noticias).- El Vatican Information Service (VIS) publicó hoy algunos fragmentos del documento "Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas apariciones y revelaciones", publicado recientemente por la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Vaticano.
Se trata de un documento aprobado por el Papa Pablo VI y emanado por el mencionado dicasterio en 1978. En aquel tiempo, las normas fueron enviadas a los obispos sin que se realizase una publicación oficial, ya que están dirigidas principalmente a ellos.
A continuación los extractos presentados por el VIS:
ORIGEN Y CARÁCTER DE ESTAS NORMAS
(…) "1. Hoy más que en épocas anteriores, debido a los medios de comunicación, las noticias de (…) tales apariciones se difunden rápidamente entre los fieles y, además, la facilidad de viajar de un lugar a otro favorece que las peregrinaciones sean más frecuentes, de modo que la Autoridad eclesiástica se ve obligada a discernir con prontitud sobre la materia.
2. Por otra parte, la mentalidad actual y las exigencias de una investigación científicamente crítica hacen más difícil o casi imposible emitir con la debida rapidez aquel juicio con el que en el pasado se concluían las investigaciones sobre estas cuestiones (...): consta el origen sobrenatural, no consta el origen sobrenatural. (…)
Cuando se tenga la certeza de los hechos relativos a una presunta aparición o revelación, le corresponde por oficio a la Autoridad eclesiástica:
a) En primer lugar juzgar sobre el hecho según los criterios positivos y negativos.
b) Después, en caso de que este examen haya resultado favorable, permitir algunas manifestaciones públicas de culto o devoción y seguir vigilándolas con toda prudencia (lo cual equivale a la formula "por el momento nada obsta": pro nunc nihil obstare).
c) Finalmente, a la luz del tiempo transcurrido y de la experiencia adquirida, si fuera el caso, emitir un juicio sobre la verdad y sobre el carácter sobrenatural del hecho (especialmente en consideración de la abundancia de los frutos espirituales provenientes de la nueva devoción)".
I. CRITERIOS PARA JUZGAR, AL MENOS CON PROBABILIDAD, EL CARÁCTER DE PRESUNTAS APARICIONES O REVELACIONES
"A) Criterios positivos
a) La certeza moral o, al menos, una gran probabilidad acerca de la existencia del hecho, adquirida gracias a una investigación rigurosa.
b) Circunstancias particulares relacionadas con la existencia y la naturaleza del hecho, es decir:
1. Cualidades personales del sujeto o de los sujetos (principalmente equilibrio psíquico, honestidad y rectitud de vida, sinceridad y docilidad habitual hacia la Autoridad eclesiástica, capacidad para retornar a un régimen normal de vida de fe, etc.).
2. Por lo que se refiere a la revelación, doctrina teológica y espiritual verdadera y libre de error.
3. Sana devoción y frutos espirituales abundantes y constantes (por ejemplo: espíritu de oración, conversiones, testimonios de caridad, etc.).
B) Criterios negativos
a) Error manifiesto acerca del hecho.
b) Errores doctrinales que se atribuyen al mismo Dios o a la Santísima Virgen María o a algún santo, teniendo en cuenta, sin embargo, la posibilidad de que el sujeto haya añadido -aun de modo inconsciente- elementos meramente humanos e incluso algún error de orden natural a una verdadera revelación sobrenatural.
c) Afán evidente de lucro vinculado estrechamente al mismo hecho.
d) Actos gravemente inmorales cometidos por el sujeto o sus seguidores durante el hecho o con ocasión del mismo.
e) Enfermedades psíquicas o tendencias psicopáticas presentes en el sujeto que hayan influido ciertamente en el presunto hecho sobrenatural, psicosis o histeria colectiva, u otras cosas de este género.
Debe notarse que estos criterios, tanto positivos como negativos, son indicativos y no taxativos, y deben ser empleados (…) con cierta convergencia recíproca".
II. SOBRE EL MODO DE CONDUCIRSE DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA COMPETENTE
"1. (…) Incumbe a la Autoridad eclesiástica competente el grave deber de informarse sin dilación y de vigilar con diligencia.
2. La Autoridad eclesiástica competente, (…) puede intervenir para permitir o promover algunas formas de culto o devoción cuando los fieles lo soliciten legítimamente (encontrándose, por tanto, en comunión con los Pastores y no movidos por un espíritu sectario). Sin embargo hay que velar para que esta forma de proceder no se interprete como aprobación del carácter sobrenatural del hecho por parte de la Iglesia.
3. En razón de su oficio doctrinal y pastoral, la Autoridad competente puede intervenir 'motu proprio' e incluso debe hacerlo en circunstancias graves, por ejemplo: para corregir o prevenir abusos en el ejercicio del culto y de la devoción, para condenar doctrinas erróneas, para evitar el peligro de misticismo falso o inconveniente, etc.
4. En los casos dudosos que no amenacen en modo alguno el bien de la Iglesia, la Autoridad eclesiástica competente debe abstenerse de todo juicio y actuación directa (porque puede suceder que, pasado un tiempo, se olvide el hecho presuntamente sobrenatural); sin embargo, no deje de vigilar para que, si fuera necesario, se pueda intervenir pronto y prudentemente".
III. SOBRE LA AUTORIDAD COMPETENTE PARA INTERVENIR
1. El deber de vigilar o intervenir compete en primer lugar al Ordinario del lugar.
2. La Conferencia Episcopal regional o nacional puede intervenir en determinados casos. (…)
3. La Sede Apostólica puede intervenir a petición del mismo Ordinario o de un grupo cualificado de fieles, o también directamente, en razón de la jurisdicción universal del Sumo Pontífice".
IV. SOBRE LA INTERVENCIÓN DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
1. a) "La intervención de la Sagrada Congregación puede ser solicitada por el Ordinario, después de haber llevado a cabo cuanto le corresponde, o por un grupo cualificado de fieles. En este segundo caso debe evitarse que el recurso a la Sagrada Congregación se realice por razones sospechosas, por ejemplo: para forzar al Ordinario a que cambie sus legítimas decisiones, confirmar algún grupo sectario, etc.
b) Corresponde a la Sagrada Congregación intervenir 'motu proprio' en los casos más graves, sobre todo si la cuestión afecta a una parte notable de la Iglesia (…)
2. Corresponde a la Sagrada Congregación juzgar la actuación del Ordinario y aprobarla o disponer, cuando sea posible y conveniente, un nuevo examen de la cuestión (…)".

"EN CAMINO CON SAN AGUSTÍN: SER EL CUERPO DE CRISTO PARA EL MUNDO DE HOY"

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III Congreso de Laicos agustinos en Roma


ROMA, martes 29 mayo 2012 (ZENIT.org).- La Orden de San Agustín, ha organizado en Roma, del 11 al 17 de julio, el III Congreso de Laicos agustinos: los participantes provendrán de todas partes del mundo para reflexionar sobre el tema "En camino con San Agustín: ser el cuerpo de Cristo para el mundo de hoy".
Los Agustinos Seculares han existido desde los orígenes de la Orden. Un nombre que implica una espiritualidad común, un proceso de formación y una estructura jurídica común. Es parte de la tradición agustiniana compartir el nombre. Esto es una consecuencia de la Iglesia como comunión, como fue proclamado por San Agustín. El mismo nombre --con la especificación de la laicidad en el caso de los laicos- hace hincapié en la unidad de la Iglesia y es a la vez una clara señal de la proximidad.
“En cuanto a los agustinos Laicos hay que distinguir dos grupos principales", explica el padre Alejandro Moral OSA, responsable de organizar la conferencia. "En primer lugar están las Fraternidades laicales (FAS), en algún momento se llamó la Tercera Orden: tienen reglas, sus fueron aprobados por el padre prior general. Las Fraternidades, por tanto, tienen una fuerte relación con la Orden, son parte de la Orden, como dicen nuestras Constituciones”.
Junto a la Fraternidades laicales "Hay otras personas muy apegadas a nuestra Orden, que tienen una relación muy profunda con nuestra Orden, pero que no forman parte de estas Fraternidades y no tienen estatutos pero cooperan con nosotros en tantas partes del mundo".
"Esta conferencia internacional es una oportunidad común para encontrarse y compartir", afirma una nota de prensa de la Orden.
Un Laico agustino es un cristiano que trata de tener una fe fuerte y fue educado en el pensamiento agustino siempre inmerso en la luz del Evangelio. Agustín a través de sus escritos ayuda a llegar a Dios, a meditar sobre el Evangelio.
"Los Laicos agustinos están colaborando con nosotros en las comunidades en las que también reciben formación: son personas de fe en la línea de San Agustín", dice el padre Moral. Los Laicos agustinos están presentes en más de quinientas cincuenta comunidades de Padres Agustinos repartidos por los cinco continentes: en el Congreso de Roma estarán representados por los ciento ochenta delegados.
Este Congreso, que se convoca cada seis años, ha alcanzado su tercera edición. "Durante estos años --afirman los organizadores- se ha realizado un buen camino pero todavía queda mucho por hacer, sobre todo ayudar a crecer a los varios grupos de laicos hacia una identidad común, un conocimiento recíproco y una estrecha red de colaboración".
En el Congreso se entregarán elementos para profundizar en la espiritualidad laical en su dimensión agustiniana siempre con una mirada dirigida hacia el mundo de hoy y a la necesidad de colaborar juntos al servicio del Evangelio.
No está en el último lugar también el deseo de hacer crecer las Fraternidades laicales (FAS) insertas pienamente en la Orden con una propuesta cada vez más clara y un servicio vivido junto a los religiosos y religiosas de la Familia Agustiniana.
Este año se ha invitado a participar a los Coordinadores de los grupos de laicos agustinos de todas las Circunscripciones de la Orden que, en comunión con los Superiores y las Superioras de las varias Circunscripciones, ya están trabajando o están dispuestos a crear una red de conocimiento y cada vez una más estrecha colaboración, ante todo en la realidad de la que provienen y en segundo lugar también entre las otras realidades de Laicos agustinos del mundo.

3 de mayo de 2012

María, signo de la caridad cristiana

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1. La constitución dogmática Lumen Gentium nos enseña que la Iglesia católica nunca se ha cansado - y sin duda no lo hará jamás - de reclinarse filialmente sobre el Rostro glorioso de su Madre, para escrutar amorosamente el misterio insondable. Si María, como lo canta la liturgia del rito bizantino, es un “abismo insondable para los ojos de los Ángeles y una cumbre inaccesible para los razonamientos humanos”1 , se comprende que siempre forme parte de la contemplación de la Iglesia y que suscite la reflexión incansablemente renovada de sus teólogos.

En el misterio de María se expresa, de manera maravillosamente privilegiada y única, el amor eterno de las Personas divinas por las personas angélicas y humanas; el amor de Cristo por su Iglesia.

Todos los misterios, todas las situaciones, todos los actos, todas las palabras, todas las decisiones libres, todos los privilegios* de María, en la economía de la salvación, expresan la ardiente caridad de su Corazón traspasado y glorioso  por las sociedades humanas, angélica y divina y por la Iglesia, de la que es miembro y madre. Esta misma caridad es el más perfecto reflejo puramente creado del Amor increado.

Desearíamos, pues, enfocar la totalidad del misterio mariano desde la perspectiva del Corazón de María y de su difusión eclesial. Esperamos, de esta manera, hacer fructificar - al menos en parte - las admirables intuiciones que tuvo Scheeben en el siglo XIX:

“En María, el corazón es el centro vital de la persona: la representa como tal en su carácter personal de Madre; corazón que es órgano de la maternidad corporal como de la maternidad espiritual. Toda la posición y la actividad de María se resumen en la noción del Corazón místico del Cuerpo místico de Cristo”2 .

Scheeben fue replicado, indudablemente de manera inconsciente en nuestro siglo, por el teólogo ortodoxo ruso V. Iljin quien expresaba así el alcance eclesial de su fe personal en la Inmaculada Concepción:

“María es el Corazón de la Iglesia. En la confesión de su pureza radical y original, es decir de su indivisibilidad, de su “tsélomoudriia” (castidad y también todo sabiduría) está contenida el testimonio de la unidad ya realizada de la Iglesia, y la prenda de su realización exterior y empírica; es decir, de la entrada en la Iglesia de la cantidad prefijada de elegidos”3 .

Consideraremos, entonces, al Corazón de María como corazón maternal de la Iglesia; primero en el dogma y en el culto mariano, apoyándonos sobres las inacabables enseñanzas de la Biblia y de los Padres, bajo la guarda vigilante del Magisterio, cuya expresión privilegiada es la liturgia. Luego, en una segunda parte, examinaremos de manera especial los problemas teológicos y las ventajas ecuménicas y pastorales vinculadas a la afirmación: el Corazón Inmaculado de María es miembro eminente y Corazón del Cuerpo Místico de Cristo.

30 de abril de 2012

Benedicto XVI: El perdón no niega el error y es participación en el amor de Dios

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VATICANO, 30 Abr. 12 / 10:32 am (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Benedicto XVI explicó que "el perdón no es una negación del error sino una participación en la curación y el amor transformador de Dios que reconcilia y restaura".

Así lo indicó en un mensaje dirigido a la presidenta de la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales, Mary Ann Glendon, en ocasión de la asamblea plenaria de este dicasterio que se reunió en Roma para estudiar el aporte de la encíclica "Pacem in Terris", de Juan XXIII, a la doctrina social de la Iglesia en el 50º aniversario de su publicación (11 de abril de 1963).

El Papa escribe que

en pleno apogeo de la Guerra Fría y cuando la opinión pública se planteaba la cuestión de la proliferación de armas de destrucción de masas, el Papa Juan XXIII escribió una "carta abierta al mundo"; un "apremiante llamamiento para promover en todos los ámbitos sociales, nacionales e internacionales la causa de la paz y la justicia".

El Santo Padre dijo luego que "aunque el escenario político mundial haya cambiado significativamente en el último medio siglo la visión de Juan XXIII todavía tiene mucho que enseñarnos ahora, cuando nos enfrentamos a los nuevos retos para la paz y la justicia en la era de la Postguerra Fría, en medio de la continua proliferación de armas".

La Pacem in Terris "era y es un fuerte aldabonazo para participar en un diálogo creativo entre la Iglesia y el mundo, entre creyentes y no creyentes, como el Concilio Vaticano II se propuso promover".

Benedicto XVI señala que la encíclica "da una visión completamente cristiana del lugar del hombre en el cosmos, confiando en que al hacerlo, ofrezca un mensaje de esperanza a un mundo que está hambriento de ella. Se trata de un mensaje que puede llegar a la gente de todas las creencias y de ninguna, porque su verdad está al alcance de todos".

"En ese mismo espíritu, después de los atentados terroristas que sacudieron el mundo en septiembre de 2001, el beato Juan Pablo II insistió en que no puede haber "paz sin justicia, ni justicia sin perdón".

El Pontífice indica luego que "la noción de perdón tiene que abrirse camino en el discurso internacional sobre la resolución de conflictos, para transformar el lenguaje estéril de la recriminación mutua que no lleva a ninguna parte. Si la criatura humana está hecha a imagen de Dios, un Dios de justicia que es 'rico en misericordia' estas cualidades deben reflejarse en la resolución de los asuntos humanos".

"El perdón no es una negación del error sino una participación en la curación y el amor transformador de Dios que reconcilia y restaura".

"Los errores históricos y las injusticias –asegura el Papa– se pueden superar solamente si los hombres y las mujeres se inspiran en un mensaje de recuperación y esperanza; un mensaje que señale un camino para salir del atolladero en que, tan a menudo quedan encerradas las personas y las naciones, sin poder salir del círculo vicioso de la violencia".

"Desde 1963, algunos de los conflictos que entonces parecían insolubles han pasado a la historia. Con esa perspectiva, luchemos por la paz y la justicia en el mundo de hoy, confiando en que nuestra búsqueda común del orden establecido por Dios, en un mundo en el que todo ser humano goce del respeto que le es debido, puede dar y dará frutos", concluye.

Jesús fue también el Hijo del carpintero

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Entrevista con el director del movimiento Josefino, en la fiesta de san José obrero

ROMA, lunes 30 abril 2012 (ZENIT.org).- Mañana 1 de mayo se celebra en casi todos los países del mundo el Día del Trabajo, recordando reinvindicaciones laborales de especial relevancia. Hace más de 50 años que la Iglesia intuyó la importancia de esta fiesta para reflexionar sobre la figura de san José, el padre de Jesús, quien fue un modelo de trabajador como sostén de su familia. Pero ante todo fue aquel que acompañó a su hijo adoptivo en su formación humana, abriendo así las puertas a la redención del trabajo mismo.

Con tal motivo, ZENIT entrevistó al presbítero Tarcisio Giuseppe Stramare OSJ, director del Movimiento Josefino con sede en Roma, que realiza un amplio trabajo de investigación y valorización de la figura de san José en el mundo entero.

¿Cómo se pasó del 1 de mayo, fiesta de los trabajadores, a la fiesta de san José Obrero?

P. Stramare: La fiesta de san José obrero, establecida el 1 de mayo de 1955, es reciente. Fue el papa Pío XII quien quería reinvindicar del trabajo y de su "fiesta", el verdadero significado y el valor cristiano. El trabajo, de hecho, no pertenece a una ideología o a un partido, sino al hombre: por eso fue especialmente redimido por Jesús, tanto que Juan Pablo II, en la encíclica Laborem exercens utilizó la expresión comprometida de “Evangelio del trabajo”.

¿Le importaría profundizar en la expresión "Evangelio del trabajo"?

P. Stramare: "Evangelio" es la buena noticia que se refiere a Jesús, el salvador de la humanidad. Pues bien, a pesar de que por lo general vemos a Jesús como alguien que enseña y hace milagros, con el trabajo se había identificado de tal forma, que en su tiempo se le consideraba como "el hijo del carpintero", es decir, artesano en sí mismo. Entre las múltiples actividades posibles, la sabiduría de Dios escogió para Jesús aquella del trabajo manual, confiando la educación de su propio hijo no a la escuela de los sabios, sino a un artesano humilde, osea a san José.

¿Pero san José no era descendiente del rey David?

P. Stramare: Por cierto, y este origen conserva toda su importancia en el registro para reinvindicar en Jesús el título de Mesías, que también es importante. Desde el punto de vista social, sin embargo, Jesús quiso ser catalogado como "obrero", nacido de María, la esposa de José, que era un "trabajador". Además del título davídico, esencial para su reconocimiento como el Mesías, Jesús recibió de José la dimensión humana del trabajador.

Con la fiesta de san José obrero, Pío XII puso de relieve la importancia de la dimensión social de Jesús, tal vez demasiado oculta de sus actividades como maestro y sanador, ¿verdad?

P. Stramare: El trabajo, de hecho, que ha sido parte integrante de la "existencia" de Jesús, también forma parte de la revelación cristiana. Los evangelios hacen hincapié especialmente en "el hecho de que él, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de su vida terrena al trabajo manual, junto al banco del carpintero". Esta circunstancia es de gran importancia para la teología de la encarnación, la cual enseña que Jesús se ha unido a las realidades terrenas, no sólo con el fin de mostrar su humanidad, sino para "santificarlas" a través de él.

¿Podemos decir que el trabajo fue «redimido»?

P. Stramare: Sí, eso es exactamente lo que dice la definición ya mencionada del "Evangelio del trabajo". "El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual encuentran en el evangelio un acento especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, este fue incorporado en el misterio de la Encarnación, el cual también ha estado redimido en modo particular". El creador del universo realmente ha "trabajado con manos de hombre," santificando directamente el trabajo humano.

San José, por lo tanto, tuvo un papel importante en la vida de Jesús…

P. Stramare: San José fue en el plan de la providencia divina, el instrumento necesario de la redención del trabajo, que se produjo justamente en su humilde taller, a través de la misión que ha realizado no solo junto a Jesús, sino aún por encima de Jesús, que "vivía sujeto a ellos". "Esta ‘sumisión’, o la obediencia de Jesús en Nazaret, también se entiende como la participación en el trabajo de José. Aquel que era llamado "el hijo del carpintero", había aprendido el trabajo de su ‘padre’ putativo. Si la Familia de Nazaret, en el orden de la salvación y de la santidad, es el ejemplo y el modelo para las familias humanas, por analogía lo es el trabajo de Jesús al lado de José el carpintero".

Entonces es claro que junto al Redentor del trabajo, que no puede ser otro que Jesús, la presencia paterna de san José no podía ser ignorada…

P. Stramare: Exactamente. Ninguno de los hombres, después de María, estuvo tan cerca de las manos, la mente, la voluntad, y el corazón de Jesús, como san José. Lo subrayaba Pío XII, proponiendo el ejemplo de san José a los trabajadores. Teniendo en cuenta, de hecho, que el espíritu del evangelio brota del corazón del Hombre-Dios en todos los hombres, "lo cierto es que ningún trabajador fue tan perfecto y profundamente penetrado como el padre adoptivo de Jesús, que vivió con él en la más estrecha intimidad y comunidad de vida y de trabajo". De ahí la invitación que el mismo pontífice dirige a los trabajadores: "Si quieren estar cerca de Cristo, Ite a Ioseph”, ¡vayan a san José! Como modelo de los trabajadores, por lo tanto, san José es también su patrono especial.

Pero, ¿quién era realmente Jesús? ¿Bajo cuál aspecto debemos tenerlo en cuenta?

P. Stramare: Jesús es, ante todo, el Hijo de Dios y por lo tanto, es Dios. Lo profesamos abiertamente en el Credo y lo expresamos con el título de "Señor", que siempre anteponemos a los nombres de Jesús y Cristo. Durante su vida terrena, sin embargo, Jesús quiso ser conocido como "el Nazareno", originario de un país despreciado, y también como "Galileo", es decir, que pertenece a una región periférica. Incluso durante su vida pública, cuando será el Maestro, no se olvidará --para denigrarlo--, que él era sólo un trabajador, "el hijo del carpintero". Humanamente hablando, Jesús era un "trabajador" a título pleno. En la identidad de "hijo de José" estaba incluido "el estado civil, la clase social, la posición económica, la experiencia laboral, el entorno familiar, la educación", como gustaba señalar el papa Pablo VI. Jesús, por el contrario, no se avergonzaba de vestir su excelsa dignidad con la humilde condición de trabajador, plenamente consciente de que sería para él motivo de descrédito. A pesar de que podía presumir de los títulos más nobles, Jesús eligió deliberadamente para sí mismo lo más común, lo más ampliamente compartido de la condición humana, a saber, el de ser trabajador.