29 de octubre de 2009

II domingo de Adviento


DOMINGO II DE ADVIENTO Ciclo C

Adviento es tiempo de esperanza. Sobre todo porque esperamos a Aquel que viene a salvarnos de todos nuestros males. También porque la Palabra de Dios proclamada en la liturgia nos recuerda todos los días algunas de las grandes promesas de Dios a su pueblo, promesas que ya han empezado a cumplirse y que, a medida que avanza la historia, se acercan más a su cumplimiento pleno.

Una bella muestra la tenemos este domingo en la profecía de Baruc. Jerusalén es invitada a dejar el luto y la aflicción y a vestirse de alegría y victoria porque llegan nuevos tiempos. Ahora, hoy, es la Iglesia y cada uno de sus miembros quienes somos invitados adoptar estas actitudes, porque a nosotros se nos anuncian estas buenas nuevas.

De todas las promesas que anuncia Baruc, me quedo con una, tal vez la más necesaria hoy para la iglesia: “contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del Espíritu. A pie se marcharon conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria”. Las palabras de Pablo, en la segunda lectura, contribuyen a reforzar nuestra esperanza: Dios, que ya inauguró en Cristo Jesús esta empresa, la llevará adelante. Cristo Jesús, que inició en su Iglesia una comunidad de amor, quiere que siga creciendo.

¿No es acaso la principal preocupación de la Iglesia hoy la situación de millones y millones de bautizados que viven alejados de ella, muchos incluso que han renegado explícitamente de ella? Pues, miren qué promesa tan alentadora, tan esperanzadora la que nos hace el Señor por el profeta Baruc. Dios nos declara sus intenciones, sus sueños, para este tiempo de gracia. ¿Será posible que los realice? ¿Encontrará la docilidad necesaria…? Porque este es el problema; sólo hay un obstáculo a la realización de este bello y ansiado proyecto: la cerrazón de la libertad.

Dios mismo se pone al frente de esa multitud que retorna, atraída por su justicia y misericordia. No podría ser de otra manera; “sin mí no pueden hacer nada”. Ahora bien, ahora todo lo hace mediante su Iglesia, ella es sacramento de salvación para el mundo. Dios quiere realizar esta obra maravillosa del retorno de los alejados con la colaboración de su Iglesia. ¿Y qué ha de hacer ella? Preparar el camino, disponerse a ser una comunidad en la que se vea y resplandezca la gloria de Dios, abajar los montes y llenar los valles que impiden el acceso y no dejan ver su belleza. La promesa de Dios es clara, las condiciones para que se pueda cumplir también, tanto por parte de los alejados como por parte de la propia Iglesia.

Y no es tan difícil esta tarea, porque también es Dios mismo quien está dispuesto –si le dejamos- a realizarla; es el mismo Baruc quien lo dice: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos”. Juan Bautista lo grita en forma de exhortación: “allanen los senderos, elévense los valles, desciendan los montes y clinas, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. Esta es la tarea que Dios quiere realizar en su Iglesia. Esta es la condición para que la promesa del retorno pueda realizarse. Si la Iglesia prepara el camino, entonces “todos verán la salvación de Dios”.

Y los predicadores, que de un modo u otro lo somos todos, hemos de ser hoy Juan Bautistas y profeta Baruc, anunciando estos mensajes. Dispongámonos, pues, durante este adviento a emprender esta obra. Saquemos las “excavadoras”, las “palas” y las “niveladoras”, limpiemos el camino, saquemos la basura de nuestras propias casas y dispongamos un hogar acogedor. Dios hará lo demás: El traerá a los que nunca debieron haberse ido y a otros huéspedes que nunca estuvieron.


Pbro. Jesús Hermosilla
Guía Espiritual

No hay comentarios:

Publicar un comentario