12 de diciembre de 2009

IIIde Adviento...

III Domingo de Adviento ciclo C


Sofonías 3,14-18ª - Filipenses 4,4-7 - Lucas 3,10-18

El anuncio gozoso de la presencia y la cercanía de Dios atraviesa todo el leccionario de este tercer domingo de adviento. Sofonías repite dos veces: “El Señor está en medio de ti” (Sof 3,15.17); en el salmo responsorial cantamos: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”; Pablo escribe a los filipenses: “El Señor está cerca” (Fil 4, 5); el Bautista proclama: “Viene uno más fuerte que yo” (Lc 3,16). Es una presencia que genera alegría y vida, pero al mismo tiempo es exigente. El evangelio de hoy repite tres veces el verbo “hacer”. La predicación de Juan Bautista preparando la llegada del Mesías nos recuerda que este “hacer”, con el cual se acoge la cercanía de Dios, se concretiza viviendo con responsabilidad y practicando la justicia (Lc 3,10-14).

La primera lectura (Sof 3,14.18a) es un canto dirigido a Jerusalén, que será reconstruida como ciudad en la que Yahvéh habita como rey y salvador. El texto inicia con una serie de imperativos que invitan al gozo: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón” (v. 14). Con el apelativo “hija de Sión” se indica la ciudad de Jerusalén personificada y se refiere a sus habitantes. La causa de esta alegría es la destrucción de “sus enemigos” (v. 15a), que probablemente son los jefes y guías de la ciudad que por su comportamiento orgulloso y violento se han vuelto precisamente adversarios de la misma ciudad. Esta primera parte del canto termina con una afirmación importante en el mensaje de Sofonías: “El Señor será el rey de Israel, en medio de ti” (v. 15b). Después de haber experimentado las oscuridades y los límites de la monarquía y de las otras autoridades, que habían llegado a ser muchas veces agentes de injusticia, el profeta afirma que no queda otra salida: Yahvéh volverá a ser el rey de Israel.

El señorío de Yahvéh libera del miedo. Por eso en el v. 16 es el mismo Señor el que se dirige a la ciudad: “No tengas miedo, Sión, que tus manos no tiemblen”. Junto al sentimiento del miedo se evoca la parálisis que éste provoca. Muchas veces el temor invade a toda la persona y la vuelve impotente. Pero la presencia del Señor “en medio de ti” como “guerrero que salva” (v. 17a) libera a los habitantes de Jerusalén de todo miedo y los abre a una perspectiva de gozo. En la segunda parte del v. 17 se retoma el tema del gozo, pero con significativo cambio de sujeto. Ya no es la ciudad sino Yahvéh quien experimenta una profunda alegría. Los sentimientos de la ciudad son ahora los de Dios, que participa plenamente de su alegría: “Dará saltos por ti, su amor te renovará, por tu causa bailará y se alegrará, como en los días de fiesta”. El gozo del pueblo y el gozo de Dios se vuelven uno solo.

La segunda lectura (Fil 4,4-7) contiene una exhortación apasionada de Pablo a “estar siempre alegres en el Señor” (v. 4). Se trata, por tanto, de un gozo que brota de la experiencia profunda de Cristo muerto y resucitado. A la raíz de la alegría cristiana no se encuentra un optimismo simplista y fácil, sino la conciencia de vivir unidos a Cristo y participar de su vida. Por eso este gozo es posible aún medio de las dificultades de la vida, porque en esos momentos el creyente descubre y vive el misterio de la cruz del Señor, de tal forma que tales situaciones se presentan ricas de significado positivo, es decir, ricas de una vida que surge de la muerte.

Después de una exhortación a la bondad, Pablo afirma aquello que es la raíz de la esperanza cristiana: “El Señor está cerca”. Todo cristiano vive abierto a ese futuro de plenitud, que es el regreso del Señor. La venida liberadora de Cristo debe ser vivida en constante vigilancia, preparándonos para el encuentro definitivo con Él. El texto termina con una invitación a superar cualquier angustia o situación de ansiedad o de inquietud: “No os inquietéis por cosa alguna ” (V. 6). El verbo griego utilizado es merimnán, el mismo que Jesús usa en el sermón del monte, por lo que se puede pensar que Pablo quiera evocar una palabra de Jesús: “No os inquietéis pensando qué vais a comer o o a beber...” (Mt 5,25). En lugar de la agitación inútil el cristiano acude a la oración: “en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias”.

El cristiano vive con la convicción de estar en las manos de Dios, el cual escucha siempre nuestra oración y hace surgir de nuestros labios la acción de gracias. Pablo concluye haciendo alusión a “la paz de Cristo”, que es la experiencia de la reconciliación y de la protección salvadora del Señor.

El evangelio (Lc 3,10-18) de hoy presenta dos centros de interés. El primero hace referencia a la espera del pueblo; el segundo al anuncio del Mesías ya cercano.

(a) La espera del pueblo (vv. 10-14). Es importante destacar en este texto de Lucas la afirmación del v. 15: “el pueblo estaba a la espera”. Una espera que se concretiza en la pregunta que diversos grupos sociales hacen al Bautista: “¿Qué debemos hacer?”, y que Lucas repite tres veces (vv. 10.12.14). Es la misma pregunta que en el libro de los Hechos de los Apóstoles la gente dirige a Pedro después del discurso de Pentecostés (Hch 2,37). Algunos incluso opinan que la expresión pertenecía al ritual bautismal de la iglesia primitiva. Juan responde a cada grupo en forma detallada, según la propia condición social y las funciones de cada uno. La acogida gozosa del Mesías que estaba por llegar sólo era posible a través del compartir los propios bienes y de practicar la justicia y la caridad con los más pobres y oprimidos de la sociedad (vv. 11-14). Abrirse al reino de Dios significa superar el desinterés por los otros, comprometerse en cambiar el propio corazón egoísta y las estructuras injustas de este mundo. Sólo a través de una fe que se manifiesta a través del actuar justo y solidario es posible reconocer y acoger al Mesías que está por llegar.

(b) El anuncio del Mesías ya cercano (vv. 15-18). Al “pueblo que estaba a la espera” Juan les anuncia la llegada del Mesías, el que bautiza no con agua como Juan en el Jordán, sino “en Espíritu Santo y fuego” (v. 16). Él hará que la humanidad entera se pueda sumergir en el fuego purificador y transformador del dinamismo del amor y la vida de Dios, que es el Espíritu. En la obra de Lucas, este “bautismo en el Espíritu” tiene lugar en Pentecostés (Hch 2; cf. Hch 1,5; 11,16), experiencia que capacitará a los discípulos para anunciar la buena nueva a todos los pueblos de la tierra. Juan además describe con palabras del profeta Malaquías la futura misión de Cristo: “En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (v. 17). Cristo es presentado como Juez. El Mesías tiene la función de separar el trigo de la paja, recoger el buen trigo en el granero y quemar la paja. Es una imagen bíblica conocida que se refiere al juicio de Dios al final de los tiempos. Cristo, como dice el viejo Simeón en su profecía, “está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción... a fin que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 33-35).

La presencia del Mesías es una presencia exigente. Ciertamente Cristo hará presente en la tierra el perdón y el amor de Dios; sin embargo, esto no excluye “el juicio”. El Señor es también el juez justo y el acusador de nuestras hipocresías (Mt 23). Es importante preparar la navidad con seriedad. Debemos abrirnos con confianza al amor de Dios que en el Niño de Belén se acerca a la humanidad y a cada hombre para inaugurar “los cielos nuevos y la tierra nueva”. Pero también la navidad es un tiempo propicio para convertirnos al reino de Dios, a través de una fe viva que se manifieste en la caridad y la justicia.

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