30 de diciembre de 2009

Santa María Madre Dios- Solem.


SANTA MARÍA MADRE DE DIOS -1 de enero- (Solemnidad)

En el Año nuevo, Dios nos bendice. La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Santa María, madre de Dios (la Theotocos), pero no olvida la relevancia social del inicio del año civil. Por eso, ha puesto en la liturgia eucarística, como primera lectura, la bendición de Dios sobre los israelitas. La fórmula, en forma de deseo, indica que la bendición de Dios no es algo mágico. Dios está dispuesto a bendecir, pero hay que disponerse a recibir su bendición. Disponerse significa desearla, estar con las debidas condiciones capaces de recibirla y buscarla allí donde Dios la da.
El primer deseo es que “el Señor te bendiga y te proteja”. Que Dios pronuncie su palabra bienhechora y protectora. Dios ya ha pronunciado esa palabra en Jesús de Nazaret. El es la Palabra guardada en el silencio de la eternidad y pronunciada ahora en la historia, al hacerse carne. En Jesús somos bendecidos con toda clase de bendiciones. De su plenitud recibimos gracia sobre gracia. Cada vez que se proclama en la liturgia la palabra del Señor, automáticamente, se activa su bendición.

El segundo deseo es que “haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor”. El rostro invisible de Dios despide, ahora hecho visible en Cristo, en sus sacramentos, resplandor bienhechor, gratificante. Es la gloria de Dios manifestándose e iluminando a quienes se dejan iluminar por ella. Como el calor de los rayos del sol en una mañana fría, el resplandor del rostro de Dios es un resplandor favorable, cargado de gracias y favores.

En el tercer deseo se pide que la mirada benevolente de Dios se fije en cada uno y le dé la paz. Se trata de que la mirada amoroso de Dios me llegue. La de Dios es una mirada complaciente y pacífica, que crea paz en el corazón de quien la recibe. Creer en esa mirada, acogerla, abrirse a ella, reconforta, da alegría, confianza, seguridad, paz.

Dios nos ha bendecido, sobre todo y de manera sobreabundante, dándonos a su Hijo. Gracias a Él hemos recibido la gran bendición de ser hijos. El nació de una mujer para que ahora todos los nacidos de mujer podamos nacer también de Dios, ser hijos de Dios. Y con la filiación –gracia sobre gracia- hemos recibido el Espíritu Santo, que nos hace gritar “Papá” a Dios. Ya no nos corresponde vivir como siervos sino como hijos. Nos es antinatural someternos de nuevo al yugo del pecado y del legalismo.

La gran bendición, Jesús, nos vino y nos viene de la mano de María. Ella es la mujer. También ahora en nuestra filiación ella ocupa su lugar: en la gestación-nacimiento y en el crecimiento. Por ella, en la Iglesia, nos vienen los favores de Dios. Ella nos muestra cómo acoger la bendición de Dios. Después de haber gestado al Dios–hombre y haberlo dado a luz al mundo, guardaba en su corazón la palabra y la meditaba. Las bendiciones de Dios no son propiamente cosas sino una amistad, una presencia divina, que establece una relación personal entre cada hombre y Dios y lo transforma. Esta realidad requiere conciencia, un darse cuenta, un reconocimiento de ese Tú divino que me sale al encuentro, me mira y me habla amorosa y activamente.

Vivir este misterio es, ante todo, propio del corazón; pero el ser humano es inteligente, consciente, y necesita darse cuenta, meditar, reflexionar con la luz de la fe, las palabras bendecidoras que pronuncia el que es la Palabra. No se trata, es verdad, de una comprensión puramente racionalista, sino de un gustar conociendo, de un conocer gustando aunque no se entienda plenamente y, en algún caso, un contemplar, gustar y amar, no entendiendo. Pero no basta sentir, hay que consentir; no basta creer, hay que ver con la mente iluminada por la fe. Sólo la bendición meditada puede ser testimoniada de modo razonable.
Padre Jesús Hermosilla

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