12 de marzo de 2010

Homilia P. Jesús...


DOMINGO IV DE CUARESMA CICLO C


-Otro que camina descalzo-


El domingo pasado veíamos a Moisés descalzándose delante de Dios que le hablaba desde la zarza ardiente. Muy diferente es la escena del hijo que regresa descalzo a la casa paterna, después de haber gastado todo y haber perdido su dignidad de hijo. En Moisés, los pies descalzos son signo de adoración, en el hijo pródigo signo y huella de esclavitud y pecado.


-Una vida nueva por delante-

Todas las lecturas de este domingo, de un modo u otro, presentan situaciones de pasado y futuro, de camino recorrido y camino nuevo. El pueblo hebreo ha vagado, a veces obediente y a veces rebelde, cuarenta años por el desierto y, por fin, llega a la tierra prometida. Al hijo que regresa, después de haber sufrido una experiencia degradante, se le abre una vida nueva inesperada; también el hijo mayor de la parábola ha de decidirse a dar el paso de entrar en la casa perdonando de corazón a su hermano o quedar fuera en el papel que estaba dispuesto a desempeñar aquel. Y Pablo nos recuerda que, para quien vive en Cristo, lo viejo hay pasado, todo es nuevo.

También para nosotros, la Cuaresma se presenta como una oportunidad especial de dejar atrás lo viejo, la historia vivida, el camino mal recorrido, el pecado, y emprender nuevos caminos, renovando nuestra pascua y alianza personal con Dios, tras habernos reconciliado con Él, nuevos caminos de intimidad y familiaridad más intensas con el Señor y con los hermanos.

- Padre, dame la parte de la hacienda… En tantos años como te sirvo…

Emprender esa vida nueva es posible. Jesús nos lo afirma en la parábola del Padre misericordioso. Pero, para emprender esos nuevos caminos, hay que renunciar a la vida vieja. Los hijos de la parábola nos dicen en qué consiste esa vida vieja. El hijo menor representa al hombre autosuficiente, que quiere vivir su vida al margen de Dios, a su aire, “libremente”, sin lazos ni imposiciones, quiere “vivir su vida”; pero vivir la vida como uno quiere significa, de hecho, el uso abusivo, de unos bienes –naturales y sobrenaturales- recibidos de Dios, de unos bienes de los que no somos dueños sino administradores y, en último término, la pérdida de esos bienes; y lo más grave es el rechazo del amor del padre que, implícita o explícitamente, esas actitudes implican. Eso es el pecado.

El hijo mayor representa a quienes, aun no habiendo abandonado la casa paterna ni derrochado sus bienes, no viven una relación personal madura con el padre, en nuestro caso con Dios; viven desde la justicia y no desde el amor y la misericordia, viven más desde el temor servil que desde la confianza filial.


-El padre corrió hacia él … Salió el padre y le rogó que entrara-

Si estamos dispuestos a aceptar esta nueva oportunidad, reconozcámonos en esos dos hijos. Pero, sobre todo, contemplemos al padre, él es el verdadero protagonista, el héroe de esta historia que en Dios Padre se hace, hoy, aquí, palpable realidad. El Padre sufre por sus dos hijos; piensa en lo mal que lo estará pasando el menor y le duele esa actitud desconfiada y servir del mayor. Espera con impaciencia el regreso de aquel y, cuando lo ve venir, sale corriendo a su encuentro, con los brazos abiertos dispuesto a abrazarlo. Busca al mayor para decirle que está con él y que todo es suyo y se rebaja a pedirle que entre a abrazar a su hermano. Mirando a nuestro Padre Dios, así de misericordioso, ¿nos resistiremos a regresar y reconciliarnos con él? o ¿nos negaremos a entrar en la casa, es decir, en la dinámica del perdón fraterno? ¡El banquete pascual nos espera, el Cordero está en la Mesa! ¡Aceptemos el vestido nuevo, el anillo, las sandalias… y entremos!



Pbro. Jesús Hermosilla

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