13 de mayo de 2010

Que decimos nosotros...


Qué decimos nosotros…

Nos han escrito preguntándonos que qué decimos nosotros sobre los abusos a menores por parte de sacerdotes de la Iglesia católica, que parecemos estar muy calladitos… Tal vez estén preocupados por si esta casa de formación es más bien un centro de perversión. Se lo agradecemos. Por consideración a quienes se acercan al blog de nuestro seminario queremos compartir con ustedes estas reflexiones. Primero que, antes de entrar en nuestro seminario, se pasa por diversas etapas de selección y hay un seguimiento por parte de los formadores durante los siete años de formación. Por supuesto, no somos ángeles sino pecadores y nadie sabe qué va a hacer mañana. Los que acusan y difaman… ¡esos sí que son buena gente!

Segundo, nosotros estamos informados de lo que pasa en el mundo y en la iglesia, pero habitualmente nos la pasamos ocupados en nuestra formación; vivimos cada día dedicados a las celebraciones litúrgicas, a la asistencia a las clases, al estudio y trabajo personal, junto con el trabajo manual para el mantenimiento de nuestra casa y algo de deporte, de modo que no nos queda mucho tiempo para entrar en polémicas. Si lo que quieren saber es si condenamos esas acciones, por supuesto que las condenamos, pero también condenamos el asesinato de niños no nacidos y los secuestros y la difamación y la calumnia…

Tercero, consideramos que quienes deberán defenderse, en todo caso, son los implicados que, comparativamente son muy pocos si tenemos en cuenta que, en la iglesia católica, hay más de cuatrocientos mil sacerdotes en la actualidad. Los casos que los medios de comunicación están aireando machaconamente pertenecen a un lapso de más de treinta años, pero la avalancha de noticias crea la impresión de que actualmente y en todos los países del mundo donde está la iglesia la mayoría de los sacerdotes está abusando de niños.

La Iglesia no necesita andar a la defensiva. Hay en ella muchísimo más bien que mal. Nosotros preferimos conocer a tantos hombres y mujeres, de hoy y del pasado, que dieron su vida, día a día, por Jesús y por sus hermanos, anunciando el evangelio, atendiendo enfermos en hospitales, cuidando ancianos o sidosos, incluso educando niños y jóvenes… Porque los casos de colegios o internados de la Iglesia en donde se han producido abusos no opacan la calidad de la educación que, desde siglos atrás, vienen realizando tantas congregaciones religiosas en muchísimos países del mundo. Es más saludable dejar de seguir hurgando en la inmundicia y dedicarse a esparcir el perfume de los millones de flores de testimonios evangélicos que hay en la Iglesia. Pero eso no vende…

Por otra parte, ya va siendo hora de que los medios de comunicación empiecen a investigar a otras profesiones e instituciones y publiquen sus pecados. Ya va siendo hora que los acusadores de la Iglesia escarben un poco en la historia de los países comunistas, por ejemplo, y saquen a luz los crímenes horrendos que cometieron y siguen cometiendo, pero no les interesa porque tal vez son de su cuerda. Ya va siendo hora que los medios de comunicación se ocupen de presentar a los católicos que siguen en las cárceles de China o se les impide practicar y anunciar su fe en los países musulmanes; para eso están mudos, como si nada pasara.

Los que ahora atacan a la Iglesia son los que en los años sesenta proclamaban la revolución sexual sin ninguna prohibición. Los que alababan a los teólogos disidentes porque simpatizaban con su revolución sexual y a los seminarios más progresistas y menos exigentes en la selección de candidatos al sacerdocio son los que ahora atacan; ¡hipócritas, bomberos pirómanos! Los que ahora exigen a la Iglesia que actúe con todo el rigor son los mismos que le piden que sea condescendiente con el crimen del aborto. Se rasgan las vestiduras por abusos sexuales del pasado, que ciertamente es algo horroroso, pero defienden y proclaman como un derecho el asesinato de niños no nacidos en el presente. ¿Qué coherencia es esa? El que esté sin pecado que tire la primera piedra…
Pbro. Jesús Hermosilla

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