28 de mayo de 2010

Mons. Antonio José



NOTAS PASTORALES
LAS TRES DIVINAS PERSONAS

Solemnidad Santísima Trinidad


En este texto sagrado, aparece claramente la manifestación de las tres Divinas Personas, o la Santísima Trinidad; por cuanto quien está hablando es Jesucristo la Segunda Persona de la Trinidad y dice que todo lo que el Padre tiene es también de Él, así aparece el Padre, como la Primera Persona, Divina, Jesús señala que además el Espíritu Santo, o sea la Tercera Persona Divina recibirá lo que es de Él y lo dará a conocer.

De esta manera este texto bíblico es muy explícito en la Revelación Trinitaria.
En su enseñanza, nuestra Iglesia, como Madre y Maestra, a través de su Jerarquía ha enseñado, que al Padre, Primera Persona Divina, se le atribuye y realiza la obra de la Creación.

Es decir, Dios Padre crea la vida, la materia, la naturaleza, ese macrocosmo sideral, o ese microcosmo fabuloso.

Él crea los Ángeles, Él crea al ser humano, físico-espiritual, Él lo hace todo bien, tanto es así, que crea a la persona humana a su imagen y semejanza.

Ese Padre Maravilloso, nos crea y nos mantiene en esta misma existencia.
A Jesucristo, Segunda Persona, Divina, se le atribuye y realiza la obra de la Redención; en efecto, Cristo entrega su vida inocente, en muerte de Cruz, como expiación por los pecados de los seres humanos, ya sea el original, el personal y el social.

Él se inmola libremente, por nuestra Redención; así en Él tenemos opción a su Gracia y a su Vida Eterna. Al Espíritu Santo, tercera Persona, Divina, se le atribuye y realiza la obra de la Santificación de las personas. Es Él, quien nos impulsa a dirigirnos a Dios diciéndole “Abba”, “Papacito bueno”, confío y confiaré siempre en ti.

Es el Espíritu Santo, quien nos santifica al impulsarnos a hacer el bien, a ser justos, a cumplir con el deber, a ser personas sanas. El Espíritu Santo, así logra nuestra santificación, a fin de vivir en la amistad con Dios, en el tiempo y en la eternidad.

Por lo tanto, permitamos que cada día Dios-Padre, nos siga creando; dejemos subjetivamente que Jesucristo nos redima, aceptemos que desde nuestra libertad el Espíritu Santo nos haga buenos.

Digamos pues con gozo inmenso: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos Amén”.


Mons. Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto

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