25 de septiembre de 2010

Homilia P. Jesús Hermosilla

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

CICLO C

DOS HOMBRES, DOS MODOS DE VIDA, DOS DESTINOS ETERNOS


Escuchamos este domingo la parábola del pobre Lázaro y el rico. Permítanme unos recuerdos “de juventud”. Cuando llegué por primera vez a Venezuela, hace ya veinte años, una de las cosas que más me impresionaron fue el contraste de ver casas amplias y lujosas y, al lado o a unos cientos de metros, ranchos de bahareque y zinc; la impresión pasaba a estupor cuando tuve la posibilidad de entrar a algunas de aquéllas y de éstos. Pero mi asombro siguió en aumento cuando, el domingo, los dueños de la quinta y los del rancho estaban juntos en la Misa. “Por un lado –pensaba yo- es loable que no haya resentimiento u odio social, pero, por otro, es escandaloso que ambas familias lleven años viniendo a la Eucaristía y todo siga igual”. Hará cosa de unos meses, un señor me recordó que por entonces yo le había dicho: “¡esto no puede seguir así por mucho tiempo, tiene que cambiar…!” y añadió “¡cuánto me acuerdo de aquello que me dijo usted… Y vaya si ha cambiado!”. Pensándolo bien, no ha cambiado tanto y menos el modo como debería haber cambiado.

Tal vez alguno no esté de acuerdo con la última afirmación que acabo de hacer. Me explicaré. Han cambiado ciertamente las cosas externamente. Pero los corazones, las personas, han cambiado poco en la dirección correcta. Algunos bienes y empresas han cambiado de mano, pero las tremendas quintas siguen ahí y los ranchos también. Lo que parece que ha cambiado es que ya es menos frecuente encontrar en la misma Eucaristía a unos y otros, a personas de diverso estrato económico, social o político, porque ahora sí hay resentimiento social en muchos corazones. Por eso digo que los corazones no han cambiado en la dirección adecuada, que debería haber sido la conversión. No podemos servir a Dios y al dinero. Cuando, tanto los que tienen como los que no, quieren servir al dinero se deja de servir a Dios y se termina odiándose unos a otros. Pero, acerquémonos a la Palabra, no vayas a pensar que estoy haciendo política o demagogia.

¡Ay de ustedes que se sienten seguros, pero no se preocupan de las desgracias de sus hermanos!

Qué actual y profética resulta la lectura de Amós que escuchamos hoy. El profeta condena el lujo en que vivían algunas clases de su tiempo: confort, comilonas, fiestas, tomadera, perfumes costosos…, de espaldas a la situación desgraciada de tantos conciudadanos, junto con una engañosa seguridad basada en su religiosidad formalista. “Irán al destierro” anuncia el profeta. ¿Castigo de Dios? Que va… conclusión lógica de su desorden e injusticia. ¿Culpa de tal o cual dirigente? El dirigente ha podido ser la ocasión, el mediador (y también deberá dar cuenta de sus propias obras)… la culpa, la razón profunda, ha sido su propia obstinación en no convertirse al amor de Dios y del prójimo.

Pero cometeríamos un error si estas palabras del profeta y la enseñanza de Jesús en su parábola evangélica las proyectamos únicamente sobre lo que está pasando en Venezuela o sobre algunos hechos y personas de todos conocidos. La Palabra es para cada uno de nosotros que, en mayor o menor medida, participamos de una mentalidad y modo de vivir consumista e insolidario y hemos permanecido durante mucho tiempo insensibles a las desigualdades e injusticias.

Tú recibiste bienes y Lázaro males. El goza ahora consuelo, mientras que tú sufres tormentos

La parábola del rico y Lázaro presenta a dos hombres: uno rico y otro pobre y dos situaciones en la eternidad: gozo y consuelo para Lázaro, tormentos para el rico. ¿Por qué esta suerte tan diversa? ¿Es que el rico había adquirido sus bienes injustamente? No dice eso el evangelio, simplemente porque él banqueteaba mientras el pobre pasaba necesidad. Jesús no cuenta la parábola para que las cosas sigan igual en este mundo, sino todo lo contrario, para que los hombres reflexionemos, cambiemos y pueda haber más justicia. No es cristiano aquello de “yo hago con mi dinero lo que quiero”.

Es más, “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. Cuando comparto con los demás, cuando lucho por la justicia, estoy haciendo una cosa buena, pero cuando vivo la pobreza evangélica, al estilo de Jesús, estoy haciendo algo mucho mejor: entonces es cuando estoy en situación de enriquecer verdaderamente al otro. Mi pobreza evangélica no sólo contribuye a la justicia social sino a la riqueza espiritual del otro. El rico no se convierte sólo con predicaciones, sino palpando la alegría de los pobres de espíritu; por eso no basta con no cometer injusticias ni con vivir más moderadamente que el rico o el consumista, sino que es necesario y urgente dar testimonio de radicalidad evangélica. Por otra parte, las utopías populistas pasan y los pobres siguen ahí, pero ¿dejaremos que se sigan alejando de Cristo y de la Iglesia?

Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen

El rico de la parábola no era tan perverso… se preocupa por su familia, no quiere que sigan su misma suerte y “acaben también ellos en este lugar de tormentos”. Desea que Dios envíe a Abrahán a advertirles. Dios le dice que “tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen … si no escuchan a Moisés y a los profetas no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Todos parece que estamos esperando señales milagrosas, gente del más allá que venga a decirnos algo… Por cierto, ya ha resucitado un muerto y no parece que le hayamos hecho mucho caso. Es más, sigue habiendo apariciones marianas que dan la impresión de tener muchos signos de autenticidad, y no se nota que la gente se tome mínimamente en serio los llamados a la conversión que María hace al mundo.

Bueno, pero ¿quiénes son hoy Moisés y los profetas? En tiempo de Jesús era el Antiguo Testamento. Ahora es toda la Biblia, la Palabra de Dios. Con ella nos basta para convertirnos. Si no la creemos, ya podemos ver muchas señales maravillosas… no garantizan que vayamos a dar crédito a la palabra de Dios ni a cambiar de vida. En “Moisés y los profetas” también podemos incluir a los pastores de la Iglesia; Jesús dijo “quien a ustedes escucha, a mí me escucha”. Incluso hay muchos otros profetas, gente sencilla, con los que nos cruzamos todos los días por la calle que, con su sincera vida cristiana, nos hablan.

Y, para terminar –que hoy me está saliendo más larga que de costumbre-, no olvidemos que también, en el evangelio de hoy, se nos recuerda que existe el infierno. ¿Que el inferno está aquí? De acuerdo que empieza ya aquí, pero para los que, como el rico, viven de espaldas a Dios y al prójimo, seguirá –y más tormentoso todavía y para siempre- después de la muerte. A quienes soportan el “inferno” de esta vida con fe, con amor, unidos a la cruz de Cristo, y procuran no ser “un infierno” para los demás, para estos será preparación y antesala del seno de Abrahán.

Pbro. Jesús Hermosilla


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