20 de febrero de 2010

I de Cuaresma


DOMINGO I DE CUARESMA


Jesús, lleno del Espíritu Santo, se internó en el desierto


Jesús va al desierto. El desierto es un lugar extraño: un lugar donde hay poca vegetación, poco agua, un lugar habitado únicamente por reptiles y alimañas. Un lugar solitario y silencioso. Un lugar hasta cierto punto peligroso, sobre todo si uno se adentra en él sin las debidas precauciones. Un lugar donde uno está desprotegido, desarmado y sin escondites. El Espíritu Santo llevó allí a Jesús para enfrentarlo con el Maligno, cara a cara, cuerpo a cuerpo.


Ahora, en esta cuaresma, nos toca a nosotros. Dejémonos conducir por el Espíritu al desierto, a la soledad, al silencio, a la intemperie… Tiene su atractivo, su encanto. Estamos aburridos del ambiente de la ciudad, los ruidos de los carros, la música en las rutas, los escaparates, los noticieros… Vayamos al desierto y entremos en nosotros mismos. Ayunemos, oremos y empecemos haciendo limosna con nosotros mismos: regalándonos un tiempo. Si tenemos esa valentía y nos vamos adentrando en este desierto cuaresmal, pronto empezará la pelea.


Permaneció cuarenta días y fue tentado por el demonio


La pelea, hermano, no va a ser tan dura como la de Jesús. Quiero decir que el enemigo no va a ser exactamente el mismo. De momento, el diablo te deja tranquilo, tienes bastante con “la carne” y “el mundo”. No te creas supermán. No estamos -me incluyo- todavía para grandes ligas ni pesos pesados sino sólo a nivel local. Tal vez más adelante, cuando ya estemos un poco creciditos, llegue el momento. Pero toda lucha en cierto sentido es dura y la cuaresma es un tiempo de lucha.


Los evangelios nos presentan la pelea de Jesús contra el diablo en tres frentes: la comodidad, el poder y la espectacularidad; en definitiva, un mesianismo sin cruz. No olvidemos que Jesús va a iniciar su misión apostólica. ¿Cómo la va a realizar? ¿según las expectativas de la mayoría de la gente? ¿o según las profecías del siervo de Dios sufriente de Isaías? ¿apoyándose en su propio poder y las estrategias del mundo o en docilidad total a su Padre? Ese es el reto, esa es la lucha. Y esa es la lucha de la Iglesia a lo largo de los siglos y de cada uno de los cristianos. Esas fueron las tentaciones y la lucha del pueblo hebreo durante los cuarenta años por el desierto: la tentación del pan (Cf Ex 16, Dt 8,3), las exigencias a Dios para que interviniera (Cf Ex 17; Dt 6,16) y la propuesta explícita a renegar de él y adorar ídolos (Cf Dt 6, 13; Ex 23, 23-33; 32).

Donde el pueblo fue vencido, Jesús vencerá.


Jesús se defiende del Maligno lanzándole los dardos de la Palabra divina: “¡está escrito!”. La lucha contra las tentaciones de la “carne”, “el mundo” y “el demonio” se vencen fiándose de la Palabra de Dios. Por supuesto, no se trata de usar la Palabra como un talismán, sino de empapar la mente y el corazón de la Palabra para que sea ella quien venza en mí; el apego a la propia mentalidad y a los propios deseos y la presión del ambiente son tan fuertes que la lucha es dura. Muchos ni siquiera se plantean luchar, otros no consideran en serio al enemigo porque casi todo lo que piensan y desean les parece bien; de todos estos no hablamos aquí. Nos referimos a quienes son conscientes de verdad de la realidad del propio pecado, del propio desorden interior y de lo desquiciado que está nuestro mundo.


Ninguno que crea en Él quedará defraudado


La victoria es posible, es segura, porque Jesús nos hace partícipes de su propio triunfo. Únicamente por eso. La fe en Jesús nos hace salir vencedores en esta lucha. San Pablo nos lo asegura en la segunda lectura de hoy: “muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón se encuentra la salvación … hay que creer con el corazón y declarar con la boca. Todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él”. Cuaresma es también tiempo para reavivar esa fe. Ponte en desierto, en lucha, con Cristo, busca su apoyo… y vencerás. Y la noche de Pascua podrás confesar, con tu corazón y tus labios, más convencido, más agradecido, más feliz, más libre: “¡Sí creo!”.


Padre Jesús Hermosilla

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