29 de noviembre de 2009

I de Adviento



DOMINGO I DE ADVIENTO C



Empezamos un nuevo año litúrgico. Nueva oportunidad que Dios nos regala para celebrar los misterios del Señor y recibir más eficazmente los frutos de la redención. El tiempo se nos va de las manos, no podemos retenerlo ¡Tantas horas, días, años, vividos superficialmente! ¡matando el tiempo! La fe nos da una visión nueva del tiempo: cada instante es oportunidad de salvación, momento de gracia (kairos). No se trata de pasarse el día en la iglesia. Sí se trata de celebrar a Cristo encarnado, misionero, muerto, resucitado y esperado. Esta celebración da a los demás momentos del día, de la vida, otra dimensión; se viven de otro modo, como momentos de gracia, de encuentro, de salvación, de testimonio, de justicia, de amor, momentos de construir o hacer presente el Reino.

Y empezamos el año litúrgico con el tiempo de adviento. Adviento es tiempo de preparación y de venida. El Señor viene, se acerca más perceptiblemente a nosotros para prepararnos a recibirle en su venida gloriosa y en la celebración de su nacimiento. Si no viniera sería imposible prepararnos. Pero el adviento es tiempo de preparación. La mentalidad secularizada, cultural, consumista, folclórica, nos quiere robar este tiempo en su carácter específico ¡y cuántos “buenos” católicos se lo dejan robar! Estamos matando el adviento. Si suprimimos el tiempo de preparación ¿con qué espíritu vamos, no digo ya esperar la venida gloriosa del Señor –de eso ni nos enteraremos-, sino a celebrar la misma navidad? Podemos quedarnos sin nada: sin adviento y sin navidad cristianos. Algo así como quienes adelantan al noviazgo la vida matrimonial, que pueden llegar a quedarse sin noviazgo y sin matrimonio. Se requiere una gran atención para vivir el adviento.

Para vivir bien el adviento, lo mejor y más fácil es tomarse en serio la liturgia de este tiempo. Nos centra en su verdadero sentido y en las actitudes fundamentales para vivirlo. Así lo constatamos en los textos de este primer domingo. La oración colecta nos invita a pedirle al señor que despierte en nosotros el deseo de prepararnos a su venida. Es necesario despertar, despe4tar de la superficialidad, de la mediocridad, del despiste o distracción y desear poner la mirada en lo esencial. Hay que concentrarse en prepararnos a la venida de Aquel que trae justicia y derecho a la tierra. Va a venir en una nube, signo del ámbito divino, como se fue el día de la ascensión, con gran poder y majestad. Su venida nos va a traer la liberación.

Y hay que prepararse a esta venida. Lo primero de todo: avivar el deseo de prepararnos, avivar el deseo de su venida. Jesús mismo en el evangelio nos indica las actitudes necesarias, es decir, en qué consiste esta preparación. Primero, estar vigilantes, prestar atención, estar en vela, atentos a lo esencial, atentos a su venida cotidiana. Y esta vigilancia cristiana se convierte, da paso, a la oración continua. Esta vigilia, esta oración, esta esperanza no quedará defraudada. Esta preparación se hace también conversión: huída del vicio, el libertinaje, la embriaguez que entorpecen la mente. Hay que estar mentalmente despiertos. ¡Cuánto vicio, libertinaje, embriaguez, para “celebrar” (supuestamente) la navidad! Esto es lo negativo. Lo positivo: practicar las obras de misericordia, rebosar de amor mutuo, conservar los corazones irreprochables en la santidad, vivir como conviene para agradar a Dios.

Señor, aviva en nosotros, al comenzar el adviento, el deseo de salir a tu encuentro. Señor despiértanos de la tibieza y mantennos en vela ante tu presencia.
Pbro.: Jesús Hermosilla
Guía Espiritual del Seminario

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