18 de diciembre de 2009

Homilia del P. Jesús 4 Adv.

DOMINGO IV DE ADVIENTO C

Este cuarto y último domingo de adviento nos lanza a concentrar ya la mirada de la fe en la encarnación del Hijo de Dios. Miqueas anuncia que de Belén va a salir el jefe de Israel; va a ser un pastor para su pueblo. Hasta que no nazca, Israel se va a sentir abandonado del Señor. Pero cuando nazca, tendrá un Pastor que pastoreará con la fuerza y la majestad de Dios. Su grandeza llenará la tierra y él mismo será la paz.


Un poco de fe cristiana basta para darse cuenta de que este anuncio se ha cumplido en el hijo de María, Jesús nuestro Salvador. Pero el anuncio no ha agotado su misión, sigue siendo profecía, en cuanto que ha de irse cumpliendo con más amplitud e intensidad: el Pastor de Israel y del mundo entero llama a todos a aceptarle como su Jefe y Señor, como su guía y pastor, de modo que todos puedan contemplar su grandeza y recibir su salvación y su paz. Desgraciadamente, el mundo cada vez parece estar menos dispuesto a aceptar a Dios como su jefe y pastor ni a esperar la paz de Jesucristo. Pero, por eso precisamente, es más urgente anunciar este mensaje.

Los creyentes intensifiquemos la plegaria, tomando los versos del salmo 79: “Pastor de Israel, manifiéstate, despierta tu poder y ven a salvarnos. Vuelve tus ojos, fíjate, mira tu viña, visítala y protégela”. También nosotros necesitamos acoger al Salvador, al Pastor de Israel, con más intensidad, y renunciar a seguir siendo pastores de nosotros mismos. También nosotros necesitamos acoger más profundamente a quien es la paz.

El no viene –nos dice la carta a los Hebreos- a ofrecer sacrificios, sino a ofrecerse a sí mismo, a hacer la entrega de su propia voluntad humana a la del Padre, en sumisión total. Es un pastor que obedece, un jefe que se humilla y entrega. “En virtud de esta voluntad –la del Padre- todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”. Tomó un cuerpo, una naturaleza humana, para hacer la ofrenda completa de sí mismo al Padre. Así ha establecido el nuevo sacrificio.

Se encarna para entregarse. Navidad celebra los comienzos de la salvación. Aparte de que ya en Navidad aparece repetidamente la cruz, la encarnación y el nacimiento son para poder entregarse totalmente, para aprender, sufriendo, a obedecer. Recién encarnado ya se está entregando; en el modo como lo va a seguir haciendo a lo largo de la historia: dando su Espíritu. María, la que se siente esclava del Señor, la que entrega su vida al servicio del plan de Dios, recibe y da: recibe al Verbo y le da su cuerpo humano, recibe al Verbo y, a través de ella, de su docilidad, el Verbo da su Espíritu a Juan e Isabel. Es la voz, el saludo, de María lo que se oye, pero Juan Bautista recibe alegría en el Espíritu en el seno de su madre; es que la voz de María es ya más que voz humana, tiene algo del Verbo eterno. María saluda e Isabel se llena de Espíritu; es que el saludo de María es ya más que saludo humano, va cargado del Poder del Altísimo.

Es tiempo de encuentros, de viajes, de visitas a amigos y familiares. También María sigue viajando y visitándonos. ¿Quiénes somos nosotros para que la madre del Señor venga a vernos? Por un lado, no somos nada ni nadie, pero por otro somos sus hijos. ¡Podemos esperar con gozo que venga a visitarnos! ¡Deseemos intensamente esa visita! Su voz también nos alcanzará, su saludo también llegará a nosotros. Y, con ellos -su voz y su saludo-, viene el Hijo, viene la alegría y el Espíritu. Nos va a dar a su Hijo. El viene, va a volver a nacer en aquellos que lo esperan, en aquellos que se dejan interpelar hoy por la voz de María-Iglesia. Hoy mismo “en cada hombre y en cada acontecimiento”, viene. En la Eucaristía, viene; la encarnación hace posible este milagro; con el cuerpo que recibió de María, ahora, resucitado, se sigue entregando al Padre en sumisión total, en sacrificio único y eterno, y se nos da también a nosotros. El pastor se hace pasto, el jefe se deja comer por el siervo. Y con él entra la paz en cada creyente y se hace más presente en el mundo.


Pbro. Jesús Hermosilla - Guía Espiritual del Seminario

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