22 de diciembre de 2009

Homilia de Navidad - Misa de día

NAVIDAD 2009 –Misa del día-
¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la Navidad! No basta vivir la Navidad, estamos llamados a ser mensajeros, pregoneros de la auténtica Navidad. Anunciar la paz de Dios, la buena nueva de su presencia, de su victoria sobre el mal, de su consuelo.
Pero para ser mensajeros primero hay que ser oyentes de Aquel que es la Palabra. Navidad es tiempo de escucha. Dios se nos comunica de modo especial en Navidad: “este es mi hijo, escúchenlo”; es todavía un infante, pero habla. Todo nos habla de El. Para escuchar es necesario el silencio. Dios habla en el silencio del corazón. Navidad es tiempo de oración, tiempo de contemplación y escucha de Aquel que es la Palabra. Quiere hablarme a mí personalmente.
Contemplar a Quien es la Palabra del Padre. Dios se ha expresado y dado a conocer por el Hijo. Viendo al hijo conocemos al Padre. Contemplarle y recibirle. Recibirle es recibir la vida, la luz, la filiación divina.
Riesgo de rechazarle: brilló en la tiniebla y la tiniebla no lo recibió. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Ahora los suyos somos nosotros, los cristianos. ¡Qué fácil es no recibirle! ¡incluso rechazarle! Sobre todo cuando el deseo y el corazón están estos días puestos en otras cosas: visitas a familiares, reuniones, viajes, diversiones… El mundo no la conoce. Porque ahora viene también en debilidad, oculto. Entonces vino en un niño recién nacido de una familia pobre. Hoy viene en los signos sacramentales, signos pobres, y en los signos de los necesitados y sufrientes.
Le acogemos por la fe. La fe que es escucha, obediencia, aceptación. Escucharle a él, obedecerle a Él, aceptarle a El que se nos da. Recibir al hijo es recibir la luz, una nueva manera de ver la realidad, a las personas, los acontecimientos y a sí mismo. Recibir al Hijo-Palabra es pasar a ser hijos de Dios. Está lleno de gracia y verdad y nos las comunica.
La Palabra no está lejos de nosotros. Se ha hecho hombre. Le podemos ver, tocar, oír. Podemos ver su gloria. Se nos va a mostrar en estos días. Ha acampado entre nosotros. Se ha quedado. No ha pasado como una estrella fugar o como tantos famosos de la historia. El se ha quedado en medio de nosotros. Podemos verle, tocarle, oírle. Podemos adorarle. Podemos incluso comerle.
Porque la palabra encarnada se ha hecho pan de vida. Y de su plenitud todos recibimos gracia tras gracia. El no se cansa de dar y darse. Es una experiencia que podemos vivir todos los días. Cada día le puedo escuchar y escuchar mejor, cada día le puedo recibir y recibir más y mejor: gracia sobre gracia. La Eucaristía es el lugar privilegiado para vivir la experiencia de acoger cada día al Verbo encarnado, conocer al Padre y recibir gracia y verdad.
Padre Jesús Hermosilla

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