9 de enero de 2010

Bautismo del Señor


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR C


Concluimos el tiempo de Navidad-Epifanía con la fiesta del bautismo del Señor. Es un final y un comienzo o, mejor, una continuación. Para Jesús es el final de su vida oculta y el comienzo de la pública; también una continuación en el proceso iniciado en la encarnación: proceso de anonadamiento que tendrá su punto culminante en la cruz y su final en la glorificación. También para nosotros es final de un ciclo litúrgico, comienzo de otro y continuación en el conocimiento y seguimiento de nuestro Señor y maestro.

En el bautismo de Cristo se realiza una epifanía. Como en tantas manifestaciones de Dios en nuestra vida, el verdadero o más profundo significado sólo se percibe tiempo después. Pero nosotros hoy podemos dejarnos introducir en este misterio, en esta manifestación trinitaria, y a su luz penetrar en el misterio de nuestra propia identidad y dignidad de hijos adoptivos de Dios. Pero primero miremos a Jesús.

La lectura de Isaías comienza diciendo: “miren a mi siervo”. Ese siervo es, ante todo, Jesús. Pero también podemos ser cada uno de nosotros. Miremos, pues, a Jesús. Ese siervo es el Hijo de dios en quien el Padre tiene toda su complacencia. Es, además, el Ungido por el poder del Espíritu; las tres lecturas hacen referencia a esta característica del siervo de Dios. Las dos primeras la relacionan con la misión que debe realizar: “en él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones” dice Isaías, y Pedro: “Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y él pasó haciendo el bien, sanando a los oprimidos por el diablo”; Lucas pone en relación la oración de Jesús y el Espíritu: “mientras oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él”; más adelante, también Lucas, que ya había indicado que la encarnación del Hijo de Dios fue por obra del Espíritu Santo, mostrará la vida y actividad de Jesús bajo la acción del Espíritu. Miremos, pues, a Jesús, lleno del Espíritu, el Ungido, y complazcámonos también nosotros en él, en su persona, en su misión, en su amistad.

Jesús, además de estar lleno del Espíritu Santo, es quien bautiza con el Espíritu. Precisamente porque está lleno, puede introducir a los demás en el Espíritu. Esta fiesta del bautismo del Señor podemos verla como el “pentecostés navideño”, el pentecostés de esta pascua que es navidad. Como plenitud –parcial todavía- de este ciclo litúrgico podemos esperar un reavivamiento espiritual, una renovación más intensa en el Espíritu. Si hemos acompañado a Jesús en su anonadamiento, no sólo contemplándolo sino reviviéndolo existencialmente, si lo acompañamos en su humillación al hacerse bautizar –nuestro bajar al Jordán puede ser recibir el sacramento de la Penitencia-, podemos esperar también que el cielo se abra de nuevo para y sobre nosotros y el Espíritu baje más visiblemente, es decir, que se note de alguna manera.

Finalmente, contemplemos también la misión que el Ungido va a realizar. Ya hemos mencionado que es quien va a bautizar con el Espíritu Santo y fuego. Isaías insiste en que va a extender por el mundo la justicia y el derecho, que va a ser alianza y luz de las naciones, que va a abrir los ojos de los ciegos y sacar de la prisión oscura a los cautivos. Imágenes sugerentes que es fácil interpretar. San Pedro habla de la misión que ya ha realizado: “pasó haciendo el bien”; ya sabemos cuántos y cuáles fueron los bienes que realizó, pero el gran bien queda resumido en la siguiente frase del apóstol: “sanando a todos los oprimidos por el diablo”… El Ungido sigue pasando por el mundo haciendo el bien, sigue sanando, sigue abriendo los ojos de los ciegos y de los que tal vez no quieren ver y sacando de las prisiones oscuras a quienes pasan la vida oprimidos por tantas esclavitudes antiguas y nuevas (no hace falta que las enumere, tú las conoces).

Ahora nos unge a nosotros, en este pentecostés navideño, nos “rebautiza” con Espíritu Santo y fuego para que colaboremos en su misión con nuevo ardor.

Pbro. Jesús Hermosilla

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