5 de enero de 2010

Dimingo III...

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
"Ciclo C"

“Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley”
“Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en Él”

Durante toda la mañana –1ª. lectura- se proclama en una plaza de Jerusalén la ley de Dios y el pueblo escucha con atención y respeto. Esta escucha les produce llanto, no sabemos si de arrepentimiento –parece que sí- o de alegría y emoción, de todos modos, llanto saludable. Y es que la escucha de la Palabra no debería nunca dejarnos indiferentes, pues tiene poder para provocar el llanto interior, para conmovernos en lo más profundo de nuestro ser. Podemos fácilmente acostumbrarnos a ella y no apreciar su valor y belleza, como les sucede a veces a quienes viven en lugares de gran belleza natural o junto a monumentos impresionantes.

El salmo canta precisamente la belleza de la palabra divina: es perfecta del todo y reconforta el alma, da sabiduría y luz que alumbra el camino; en ella hay rectitud y alegría para el corazón. A través de ella se conoce la voluntad y los mandamientos de Dios, que son santos, verdaderos y justos. Sin embargo –lo dice también el salmo-, el objetivo de la palabra divina y sus mandatos es que el fiel se centre en el Señor, por eso pide: “que siempre te busque, pues eres mi refugio y mi salvación” y recuerda -1ª. lectura- que “celebrar al Señor es nuestra fuerza”.

Ahora, después de la encarnación del Verbo, nuestra atención a la palabra es atención a una persona: Jesús de Nazaret. Ahí está uno de los secretos de la vida cristiana: tener los ojos fijos en él. Los ojos y los oídos. Los ojos y los oídos del corazón, que son los deseos, el pensamiento, el afecto. Pero también los ojos y los oídos corporales: los ojos, para reconocerle en el rostro del enfermo, del triste o del pastor, los oídos, para escucharle en la liturgia, en el consejo prudente, en las enseñanzas autorizadas o en el grito del hermano. Como los nazaretanos aquel sábado en la sinagoga, tengamos siempre los ojos fijos en Él. La mirada centrada en él no nos distrae de la atención a la realidad de aquí abajo, al contrario, desde él se ve mejor y de otro modo a todos y todo.

Impulsado por el Espíritu, Jesús iba enseñando. Es el Maestro. Su enseñanza, como afirma él mismo al atribuirse el texto de Isaías, es una buena noticia destinada, en primer lugar, a los pobres. ¿Recibimos así, como buena nueva, cualquier proclamación de la Palabra? ¿Aunque no nos diga nada? ¿Aunque nos corrija? Verdaderamente es buena nueva porque va siempre cargada de la bendición divina, de la gracia que salva, cargada de vida eterna. Es además anuncio de liberación para los cautivos y de libertad para los oprimidos; también hoy el Señor pasa liberando y dando libertad, su palabra misma es liberadora porque saca de la ignorancia, del error, del escepticismo relativista. Es liberadora porque transforma a las personas, destruye las antiguas y nuevas esclavitudes de quienes la reciben con fe ¡Tantísimos testimonios lo confirman!
Es también buena nueva la palabra de Dios porque da la curación a los ciegos. La ceguera espiritual es una enfermedad mortal y total: la mente de quien tiene el alma en tinieblas está errada, obcecada en el mal al que confunde con el bien, sin saber de dónde viene ni a dónde va ni por dónde y cómo ir y vivir; pero como piensa, tiene “sus ideas”, cree que todo está bien; la misma ceguera impide reconocerse ciego. La ceguera puede ser parcial; san Juan de la Cruz dice que ésta puede ser más peligrosa en cuanto que quien se reconoce ciego se deja guiar, pero el que cree ver, aunque sea poco, quiere dirigirse a sí mismo y yerra. La ceguera espiritual es también ceguera del corazón: no sabe amar bien, se ama a sí mismo en lo que cree es amor hacia los demás y ama lo que le destruye. Y es, además, paralizante; como el ciego que no se atreve a dar un paso en terreno desconocido, así el ciego espiritual se siente impedido para caminar decididamente por el camino del Señor.

Finalmente, la palabra de Jesús es proclamación del año de gracia del Señor. Estamos en ese tiempo. Cristo lo ha introducido. Sigue habiendo lugares y tiempos especiales de gracia (templos, fiestas, sacramentos), pero todo tiempo y lugar, cualquier encuentro, puede ser kairos, momento oportuno de salvación.
Padre Jesús Hermosilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario