16 de enero de 2010

II domingo T.O.


DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

Continúa, en la Liturgia de la Palabra de este domingo, el eco de la epifanía. En el segundo de los nuevos misterios de luz, contemplamos “la revelación de Jesús como Mesías en las bodas de Caná”. Jesús se revela, se manifiesta, se muestra, como el Enviado y Ungido de Dios, el Esposo, que trae el vino nuevo del Espíritu, “anillo” de la alianza definitiva de Dios con su pueblo.

Los profetas usaron con cierta frecuencia la imagen de la unión matrimonial del hombre y la mujer para expresar el amor de Dios a Israel. El texto de Isaías que escuchamos en la primera lectura de este domingo es un ejemplo; “el Señor se ha complacido –dice- en ti y se ha desposado con su tierra … Como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo". Pues bien, estos textos expresaban ya una realidad, pero, al mismo tiempo, eran profecía de algo todavía mejor: la encarnación del Verbo, en la que se realizó el desposorio del Dios eterno con la carne humana temporal y efímera y, en ella, con cada uno de los seres humanos.

Por eso, el primer signo milagroso relatado por Juan, en su evangelio, es mucho más que el acto caritativo, un tanto forzado, de solucionar a unos recién casados un pequeño problema. El texto concluye diciendo que “así Jesús mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él”. ¿Cuál es esa gloria que ha mostrado? Se ha mostrado a sí mismo, ha descubierto –aunque no totalmente- su personalidad profunda… Pero vengamos a analizar un poco el hecho y algunos de sus detalles.
Esta epifanía del Hijo se realiza a instancias de la madre. Es ella quien le deja caer la necesidad, el problema: “ya no tienen vino” y dispone a los sirvientes a que “hagan lo que él les diga”. No podemos ignorar que, en el paso de la antigua a la nueva alianza, tal como se ha dado, está la madre como persona imprescindible. En la nueva unión o alianza esponsal de Dios con su pueblo en Cristo, está la presencia imprescindible de María. Por eso, está también presente en la incorporación a esta alianza de cada nuevo miembro de la familia humana.

El hecho o signo maravilloso es la transformación del agua del viejo testamento, que purificaba por fuera y daba una pureza ritual pero no transformaba los corazones, en vino, símbolo del Espíritu, de una nueva alianza que cambia los corazones de piedra en corazones de carne e infunde en ellos el Espíritu de Dios. De los esposos de aquella boda apenas sabemos nada, nada dice el evangelio. Aquella boda es el soporte, la excusa -podríamos decir- con la que Juan abre la puerta para introducirnos, de la mano de María, en un mundo nuevo.

Para quienes hemos escuchado tantas veces este texto, este domingo supone una invitación, un llamado actual, a renovar nuestra alianza bautismal como pacto esponsal. Ahora Cristo es el Esposo, la Iglesia y cada uno de nosotros la esposa, y el anillo o alianza el Espíritu Santo, amor divino que quiere expresarse en diversos dones y carismas (segunda lectura).

Vivimos tiempos de amores con posibilidad de fecha de vencimiento, de amores “descremados” o sucedáneos de amor, de amores de cuerpos fundidos y almas distantes, de “amores” sin amor y compromiso; en fin, vivimos tiempos de crisis de amor auténtico, de calidad, fiel. La Palabra de hoy nos recuerda que ese amor ideal, a cuya posibilidad y búsqueda muchos han renunciado, existe, que hay un amor auténtico, pleno, fiel; mejor, hay una Persona, Cristo Jesús, que quiere amarte así, que te ama así y se te declara. En ti está aceptarle o rechazarle, aceptar o rechazar su amor. Ese amor, esa alianza esponsal con el Señor es la que va a hacer posible que las demás relaciones y amores tengan calidad y constancia. Si ya vives ese Amor, si estás verdaderamente enamorado, enamorada del Señor, hoy, este domingo, Él quiere mostrarte un poco más de su gloria, revelársete más plenamente, mostrarte su belleza, de modo que le conozcas mejor y te enamores todavía más de él. Te queda todavía mucho bueno por descubrir y gozar en El.

Pbro. Jesús Hermosilla

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