16 de enero de 2010

Notas exegéticas


Notas exegéticas del II Domingo Tiempo Ordinario

1" lectura: Isaías 62, 1-5
Jerusalén es presentada como una novia que está a punto de contraer matrimonio (v. 5). Un centinela grita impaciente al amanecer (v. 1). El canto despierta a la ciudad. Es el día de sus bodas. Cuando finalmente sale el sol, sus rayos iluminan las murallas y toda Jerusalén relumbra como una "corona de gloria", una "diadema real" (v. 3). La ciudad se parece entonces a la corona que el esposo impone sobre la cabeza de la esposa.

El esposo es Yahvé, el cual ofrece a su amada como dones para el día de la boda, la "justicia" y "la salvación" (v. 2). Su amor por la ciudad es fiel y eterno: "El Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra" (v. 4b). Han quedado atrás los años del exilio, en que el pueblo ha vivido en el destierro y ha llorado la desolación de su tierra: "Ya no te llamarán 'abandonada', ni a tu tierra ‘Desolada’... “(v. 4a). No se trata de un simple reencuentro entre la ciudad-esposa, y Dios-esposo. Es un auténtico noviazgo. Un nuevo inicio fundado en el amor y la fidelidad recíproca: "Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor; (participio hebreo: bonéh; que es mejor traducir en presente que en pasado); como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo" (v. 5).

2" lectura: 1 Corintios 12,4-11
Pablo recuerda que los carismas, no obstante su diversidad, tienen un único origen: "el Espíritu es el mismo", "el Señor es el mismo", "Dios es el mismo"; en segundo lugar, subraya la variedad y la pluralidad de la manifestación de los carismas: "diferentes dones", "diferentes servicios", "diferentes actividades" (vv. 4-6); concluye afirmando que todos los carismas tienen una única finalidad: "en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común" (v. 7). Una bella síntesis de la teología paulina de los carismas: unidad en el origen, pluralidad en la manifestación, unidad en la finalidad. En los vv. 8-11 Pablo ofrece una especie de "catálogo" de carismas, aunque obviamente no quiere decir que éstos sean los únicos o los más importantes.

3" lectura: Juan 2, 1-11
El v. 11, con el que concluye la narración, nos da la clave de interpretación del relato: "Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él". La transformación del agua en vino es un "signo" (griego: semeion), que evoca una realidad más honda y misteriosa que sólo puede ser captada en la fe.
En el v. 3 se insiste en la falta de vino en la boda. El vino en la tradición bíblica representa los bienes de la alianza y de la salvación y es uno de los elementos que caracterizan el banquete mesiánico (Am 9, 14; J14, 18; Is 25, 6; Prov 9, 2. 5).

La intervención de la madre de Jesús (que el texto nunca llama por su nombre propio), prepara el momento culminante de la acción. La respuesta de Jesús a su madre, tra-duce una frase que en griego suena literalmente: "¿Qué hay entre tú y yo, mujer?" (v. 4a). Es una expresión bíblica que indica un malentendido, una incomprensión entre dos personas (Jue 11,2; 2 Sam 16, 10; 1 Re 17, 18). La madre de Jesús habla de la falta de vino en la fiesta en Caná; Jesús, en cambio, se sitúa en otro nivel, hace alusión a su propia misión mesiánica. Si la madre representa a Israel, sus palabras son la confesión de la incapacidad del pueblo de la antigua alianza por alcanzar la salvación; Jesús, por su parte, se coloca a un nivel superior, pues los dones mesiánicos que él comunica sobrepasan la misma expectativa del Israel histórico.

La "hora" definitiva de Jesús es el momento de la cruz, en donde plenamente manifestará su gloria (Jn 12, 28) Y entregará el Espíritu (Jn 19,30), abriendo a la humanidad la totalidad de los bienes mesiánicos de la salvación. El signo de Caná es una anticipación, un desvelamiento preliminar de la plenitud de la salvación en su glorificación en la cruz, cuando entregará a sus discípulos el Espí¬ritu (Jn 19,25-27).

El vino abundante de Caná representa "la verdad" traída por Jesús, en oposición al ritualismo estéril ineficaz en que había caído la antigua alianza (Jn 1, 17). El vino es símbolo de Cristo mismo. Su origen, en efecto, es misterioso (v. 9: "el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia"). Como el origen de Jesús (Jn 7, 25-30) Y del Espíritu que él comunica (Jn 3,8). También su llegada es excepcional: "Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora" (v. 10). Jesús es el "vino nuevo" por excelencia, la plenitud de la salvación y de los dones mesiánicos de Dios.

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