30 de abril de 2010

Homilia del Padre Jesús.


DOMINGO V DE PASCUA
Ciclo C

Jesús resucitado vive en su Iglesia

Seguimos recorriendo el camino del tiempo pascual. Jesús resucitado vive en medio de nosotros; los textos litúrgicos de cada domingo nos ayudan a reconocer sus diversos modos de presencia. Hoy queremos descubrirle en medio de su Iglesia, en cada comunidad cristiana. Claramente lo dijo Él: “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” y “donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Para quienes tenemos fe es fácil verle y encontrarse con él dentro de la comunidad, quienes no tienen fe necesitan ver signos en la comunidad que les muestren que el Señor está ahí.

“Al llegar, reunieron a la comunidad”

Bernabé y Pablo habían sido enviados por su comunidad de Antioquía o, más bien, por el Espíritu Santo que le había hecho ver a la comunidad la oportunidad y necesidad de aquella misión. Han evangelizado, han sufrido, porque “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”, han establecido nuevas comunidades con sus guías (presbíteros) y ahora, una vez regresados, reúnen a la comunidad de Antioquía para contarle “lo que había hecho Dios por medio de ellos”. Jesús, presente en cada iglesia a través de su Espíritu, es quien acompaña, guía y lleva adelante su misión.

“La morada de Dios con los hombres

Las comunidades cristianas no son perfectas, ni en sus miembros ni en sus dirigentes, sino compuestas de pecadores salvados, de heridos que buscan sanación, de débiles que quieren fortalecerse. Sin embargo, la Iglesia también está formada por santos que ya han alcanzado la perfección y llegado a la meta; ellos son la primicia, cada vez más grande, de la “nueva Jerusalén”, la ciudad santa, totalmente bella, que Dios hará descender del cielo. A esos santos queremos mirar, imitar y seguir, y no detenernos hurgando en la inmundicia y el hedor de quienes han fallado. En esos auténticos testigos del Resucitado exhalamos el perfume del Cristo, el Ungido de Dios, que no abandona a su Pueblo.

“Por este amor reconocerán todos que son mis discípulos”

Jesús afirma en el evangelio que, paradójicamente, son glorificados Él y su Padre cuando Judas sale para los últimos preparativos de su traición y entrega. A través del pecado de Judas va a aparecer la gloria del Verbo encarnado que se entrega y del Padre que salva al mundo. También hoy las traiciones de quienes no fueron fieles a su ministerio y de quienes andan obsesionados con desprestigiar a la Iglesia católica y a su primer guía, no quitan nada de gloria a Dios ni impiden que el Resucitado, presente en ella y a través de ella, siga siendo el único Señor y Salvador del mundo.

Pero esta certeza, para los creyentes, no puede ser motivo de tranquilidad pasiva o de consuelo triunfalista, sino de renovado empeño por vivir y anunciar a nuestro Señor. El primer signo, el más convincente, para mostrar que Jesús sigue en su Iglesia católica no son las palabras sino el amor. Y no un amor cualquiera sino el amar como Él nos ha amado, es decir, el amor con que Él nos ha amado, el amor divino que nos da el Espíritu Santo y el amor que llega hasta dar la vida. Por tanto, un amor que sabe perdonar, devolver bien por mal, sonreír a quien te injuria y rezar por quien te calumnia o difama. A quienes aman así se les puede odiar o admirar, ridiculizar o alabar, pero no se puede ser indiferente. Hoy a la Iglesia se le reclama este testimonio, lo reclaman quienes no tienen ningún derecho a hacerlo y más bien deberían mirarse a sí mismos en vez de andar tirando piedras, pero su reclamo nos sirve de recordatorio de que hay Alguien que sí tiene derecho a pedirnos que nos amemos como El nos amó y que por ese amor quiere ser El hoy reconocido.
Pbro. Jesús Hermosilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario