17 de abril de 2010

Notas exegéticas

Notas exegéticas
TERCER DOMINGO DE PASCUA
(Ciclo C)


El evangelio (Jn 21,1-19) tiene claramente dos partes: (a) El encuentro, la pesca milagrosa y la comida de Jesús con sus discípulos junto al lago (vv. 1-14) y (b) El encargo pastoral que Jesús hace a Pedro (vv. 15-19).

a) El encuentro, la pesca milagrosa y la comida de Jesús con sus discípulos junto al lago (vv. 1-14). Esta primera parte narra una experiencia de los discípulos con el Resucitado, vivida en un día normal de trabajo, resaltando así que la fe se puede y se debe vivir en lo ordinario de la vida, en cualquier tiempo y circunstancia. Los discípulos que estaban junto al lago eran “siete”, un número simbólico que evoca la universalidad de la Iglesia. La experiencia narrada pertenece, por tanto, a la Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares. En primer lugar se pone de manifiesto que sin Jesús el fracaso es total y la comunidad no puede hacer nada. El grupo vive en “la noche”. En efecto, el texto dice que: “salieron juntos y subieron a la barca; pero aquella noche no lograron pescar nada” (v. 3). En contraste con aquella experiencia de “noche”, al clarear el día se presenta Jesús precisamente allí, a la orilla del lago, en medio de la frustración y el cansancio de los suyos. Con su pregunta (v. 5: “Muchachos, ¿habéis pescado algo?”). Jesús los obliga a confesar su pobreza y su desánimo, para ayudarles a continuación a encontrarse con ellos mismos y con su fe.

Jesús les dirige su palabra amigable pero llena de autoridad: “Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis peces” (v. 6). Los invita a recobrar la fe a través de la obediencia a su palabra. El resultado es una pesca milagrosa. Los discípulos se fiaron de Jesús, pusieron en el centro de sus vidas su palabra y experimentaron, con Jesús en medio, la increíble novedad de la pascua: la vitalidad de la propia fe. Es ahora cuando lo reconocen: “Es el Señor” (v. 7). No se había dado a conocer antes pues los suyos, después de la pascua, deben aprender a reconocerlo exclusivamente en la fe. El texto termina con una comida en común. Todo es preparado y donado por Jesús, pero la comunidad debe dar también su contribución, por eso Jesús les pide: “Traed ahora algunos de los peces que acabáis de pescar” (v. 10). Los peces eran “ciento cincuenta y tres”, un número misterioso que probablemente evoca la misión universal de la Iglesia; la unidad de la Iglesia, en cambio, está simbolizada por la única red que no se rompe (cf. Jn 19,24). A la pesca sigue el banquete, en el que Cristo resucitado da él mismo de comer a los suyos, mostrándose como presencia misteriosa pero cierta en medio de la comunidad cristina. El pan y los gestos de Jesús aluden veladamente a la Eucaristía. El mensaje es claro: la misión apostólica se realiza colocando a Jesús en el centro de la vida como Señor, ya que sólo a través de la escucha de la Palabra y en el encuentro eucarístico la Iglesia realiza con fecundidad su misión en la historia.

b) El encargo pastoral que Jesús hace a Pedro (vv. 15-19). Antes de confiar a Pedro la misión pastoral de la Iglesia, Jesús le exige una triple confesión de amor. La triple pregunta de Jesús sobre el amor hacia su persona ha sido visto, desde antiguo, como una forma de rehabilitación de Pedro que había negado al Señor tres veces durante la pasión (Jn 18,17.25.27). Es notorio en el texto el juego con dos verbos: “amar “ (agapáō) y “querer” (philéō). Cristo pregunta por dos veces “¿me amas?” con el verbo agapáō, que designa ordinariamente el amor de caridad, gratuito y misericordioso, que refleja en cierto modo el amor de Dios. Pedro responde humildemente con “te quiero”, con el verbo philéō, que es el verbo que generalmente desgina el afecto, la amistad emtre los hombres. La tercera vez, sin embargo, Jesús pregunta: “¿me quieres?”, usando philéō. Es objeto de discusión entre los exegetas si hay que mantener una clara diferencia entre ambos verbos.

Desde muy antiguo se ha visto una clara relación entre las preguntas de Jesús y las tres negaciones de Pedro antes de la pasión. En el evangelio de Juan, Pedro, antes de la pasión, más que negar a Jesús (como en los otros evangelios), reniega de sí mismo. Cuando la portera le pregunta si es discípulo de Jesús, Pedro responde "no lo soy", literalmente en griego ouk eimi, "no soy" (Jn 18,17). Cuando le vuelven a preguntar, responde igualmente: "no soy" (ouk eimi) (18,25). En 18,27 vuelve a negar.
Con el interrogatorio sobre el amor, Jesús propone a Pedro el único camino para rehacer su persona y su condición de discípulo.Con la primera pregunta (¿Me amas que éstos?), usando agapáō, Jesús invita a Pedro a reconocer su autosuficiencia y su conciencia de superioridad en relación con los demás discípulos (Mt 26,33; Jn 13,37); Pedro responde afirmativamente, pero sin presunción, declarando su amor personal por Jesús (usa philéō) que como Señor conoce lo que hay en su corazón. Con la segunda pregunta, (¿Me amas?), Jesús invita a Pedro a confesar su decisión de vivir según la palabra de Jesús, pues solamente quien guarda su palabra es quien lo ama (cf. Jn 14,23-24); Pedro responde como la primera vez. Con la tercera pregunta Jesús, en cambio, propone a Pedro un paso ulterior: (¿Me quieres?), usando philéō. Esta vez Pedro es interrogado sobre su amor personal a Jesús, más allá de la aceptación de sus palabras. A través de las tres preguntas Pedro, que había renegado de sí mismo diciendo "no soy", puede ahora decir: "soy todavía". "Soy" porque soy amado por Jesús, ya que puedo todavía confesar mi amor por él. Confesando su amor por Jesús, reconoce que es amado por Jesús y, amando y reconociéndose amado, puede volver a existir.

La insistencia de Jesús sobre el amor tiene como objetivo último restablecer al discípulo en su antigua condición y asegurar una relación de intimidad y de amistad con él, para poder luego confiarle el ministerio apostólico. Antes que cualquier otro don humano, el ministerio pastoral de Pedro –y de todos los “pastores” a lo largo de la historia–, se fundamenta en una relación de fidelidad a la palabra de Jesús, en una relación de comunión interior y de auténtico amor hacia Jesús. No se trata de una tarea que brota de las propias fuerzas humanas, ni de un cargo de prestigio o de poder. Jesús le pasa a Pedro su misma misión: “apacienta mis ovejas”. Como Jesús, también Pedro, y con él todos aquellos que tengan algún cargo de responsabilidad pastoral en la Iglesia, tendrán que conocer por su nombre a las ovejas, caminarán delante de ellas y estarán dispuestos a dar la vida por ellas (Jn 10). Como Jesús y al estilo de Jesús, el único y Buen Pastor. Por eso en el texto al ministerio pastoral se une el martirio. El amor del apóstol se manifestará en su docilidad a los caminos de Dios en el servicio eclesial. El apóstol verdadero está siempre dispuesto a servir en cualquier circunstancia con obediencia y prontitud. Eso es lo que significa que “otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras ir” (v. 18). Este amor se manifestará en su plenitud y alcanzará su perfección en la disponibilidad al martirio, pues “no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Jn 15,13), como Jesús. Dar la vida por los hermanos es la mejor definición de la misión del verdadero pastor en la Iglesia, del pastor que ha puesto al servicio de Dios toda su existencia.
+Mons. Silvio José Báez

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