17 de abril de 2010

Homilia P. Jesús


DOMINGO III DE PASCUA
Ciclo C

¡Es el Señor!

Ese fue el grito entusiasmado de Juan, al ver la redada tan grande que habían hecho, tras arrojar las redes según les había indicado, desde la orilla, aquel hombre desconocido. ¡Es el Señor! Debería ser nuestro grito, al menos nuestra convicción interior, en muchos momentos a lo largo de cada día, porque ¡verdaderamente ha resucitado el Señor y está con nosotros! Nos sale al encuentro en la calle, en el trabajo, cuando llegan esos pequeños o grandes inconvenientes que, al menos momentáneamente, nos perturban, desconciertan y tal vez nos obligan a cambiar nuestros planes preestablecidos. Por supuesto, nos sale al encuentro en las Celebraciones litúrgicas, pero ahí es más fácil reconocerlo, al menos para quienes tenemos fe.

Es el Señor que invita a pescar en su nombre

“Echen la red a la derecha de la barca”… El mismo mandato que, al poco de conocerlo, les había dado el Maestro y tuvieron una redada de peces tan grande que reventaba la red; fue entonces cuando Pedro se arrojó a los pies del Señor reconociéndose pecador. Ahora el fogoso Pedro se arroja al agua para llegar a la playa antes que sus compañeros y acercarse al Señor. Ahora Pedro, después de todo lo que pasó durante la pasión, sabe ya por experiencia la verdad de su yo pecador.

Esta nueva pesca “milagrosa” confirma aquello de “les haré pescadores de hombres”. Dentro de poco tiempo los apóstoles van a empezar su verdadera misión. El domingo pasado escuchábamos cómo Jesús los enviaba: “como el Padre me envió a mí, así los envío yo”. Les ha de quedar bien claro –a ellos y a nosotros- que sólo cuando se echan las redes en nombre del Maestro hay pesca abundante. Podemos disponer de los mejores medios para evangelizar: de agentes o animadores de pastoral bien preparados técnica e intelectualmente, con muchas cualidades humanas, de medios de comunicación de última generación… pero si no actuamos en su nombre, es decir, con su Espíritu, siguiendo su mismo estilo de vida, de acuerdo a su voluntad, nada vamos a conseguir. Únicamente fatiga, desencanto y, tal vez, algunas realizaciones humanas que, como nube mañanera, se evaporarán.

Apacienta mis ovejas… Sígueme

Jesús le recuerda a Pedro que la misión, para él y de algún modo para todos, es apacentar su rebaño (guiar, alimentar, sanar). Dicha misión requiere, sobre todo, de mucho amor al Maestro, al verdadero Guardián y Pastor de las ovejas. En pastoral matrimonial suele decirse que, para que los padres amen y eduquen bien a sus hijos, han de amarse bien y vivir una buena relación entre ellos. Para ser buen evangelizador, lo primero de todo es estar muy “enamorado” del Señor. O dicho con otras palabras: ser buen discípulo. Por eso, después de ese examen a Pedro sobre el amor, el Señor le confirma el llamado: “Sígueme”, como diciéndole: “recuerda que, ante todo, eres un discípulo”, que lo primero y principal no es tu “tarea” sino tu identidad; antes que pastor eres discípulo. Antes que sacerdote, educador, catequista, padre o madre… has de ser discípulo.

Vengan a almorzar

El Señor está muy cerca de su enviado. Irreconocible a primera vista, pero muy presente. El se encarga de dar eficacia al trabajo de sus operarios y no se olvida de que también necesitan alimento. En aquella ocasión ya había preparado “unas brasas y sobre ellas pescado y pan”. Después de casi dos mil años, sigue ahí, a la orilla del mar, al amanecer, al mediodía o al atardecer, y nos espera con la Mesa puesta. Es el Cordero inmolado que se da totalmente. “¡A él la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos!”.
Padre Jesús Hermosilla

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