15 de mayo de 2010

Homilia del Padre Jesús.



LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

"Ciclo C"



“Dios resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo” (2ª lectura)


El misterio pascual de Jesucristo no culmina en la resurrección sino en su ascensión y el envío del Espíritu Santo. Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión. Este acontecimiento de la vida de Jesús, más que una acción de movimiento –subir al cielo-, es una realidad teológica: la plena glorificación del hombre Jesús de Nazaret, quien es constituido Señor del mundo y de la historia, mediador entre Dios y los hombres, al mismo tiempo que juez de vivos y muertos. La mirada complaciente y gozosa hacia El Señor “aviva en nosotros el deseo de la patria eterna” (prefacio).


“No se fue para alejarse” (prefacio)


“No, Yo no dejo la tierra, no, yo no olvido a los hombres, aquí yo he dejado la “guerra”, arriba están vuestros nombres”, canta un bello himno litúrgico de esta fiesta. Su ascensión nos hace a Jesús más cercano; invisible, pero más cercano. Por dos veces –en el versículo del aleluya y en la antífona de comunión- se nos recuerdan sus palabras recogidas en el evangelio de Mateo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Su invisible presencia nos da fuerza y alegría, su aparente ausencia despierta en nosotros el deseo del cielo, la esperanza de ser con él glorificados. Vivimos en esa tensión: por una parte, el deseo de estar con él, “que es con mucho lo mejor” según decía Pablo, y, por otra, el afán de estar aquí para anunciarle y hacerle presente en el corazón de cada ser humano. ¿Realmente vivimos en esa tensión?


“Les voy a enviar al que mi Padre les prometió” (evangelio)


Nos convenía que se fuera, porque así ha cumplido su promesa. Antes de ser elevado y una nube lo ocultara a sus ojos, Jesús dijo a sus discípulos: “aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua, dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo” (1ª lectura). También hoy es para nosotros esta promesa: dentro de pocos días seremos bañados, sumergidos, en Espíritu Santo. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza” (1ª lectura). También nosotros necesitamos esa fortaleza espiritual, primero, para vivir la fe en ambientes indiferentes y hostiles, segundo, para realizar la misión que nos encomendó.


“Y serán mis testigos hasta los confines de la tierra” (1ª lectura)


Cualquier efusión del Espíritu Santo implica, al mismo tiempo, una misión. Jesús se ausenta para que sus discípulos continúen la tarea que él inició. En realidad es Jesús quien, mediante la presencia del Espíritu en la comunidad y en cada uno de sus miembros, va a seguir realizando la misión. Hoy a nosotros se nos da este encargo: ser testigos valientes y alegres del Resucitado, “predicar en su nombre a todas las naciones la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados” (evangelio). Así lo canta el himno: “Partid frente a la aurora. Salvad a todo el que crea. Vosotros marcáis la hora. Comienza vuestra tarea”.


“Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que reciban la fuerza de lo alto” (evangelio)


Sin la fuerza de lo alto es imposible cumplir la misión. Los discípulos “regresaron a Jerusalén llenos de gozo y permanecían constantemente en el templo alabando a Dios” (evangelio). Sabemos también, por el libro de los Hechos, que “perseveraban en la oración, con María, la madre de Jesús”. Así se preparaban a ser bautizados con Espíritu Santo. La Ascensión, la aparente ausencia, no es motivo para la tristeza sino para el gozo, no es ocasión para la dispersión sino para “permanecer en la ciudad”, es decir, en la Iglesia, no es hora de evasión sino de intensificar la oración en común (Eucaristía, Liturgia de las Horas) y la esperanza. También nosotros contamos con la compañía de María. Oremos con ella, esperemos con ella la efusión del Espíritu Santo.


Padre Jesús Hermosilla

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