15 de junio de 2010

Homilia Padre Jesús H.


DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO C
Volverán los ojos hacia mí
20-06-10

La profecía de Zacarías que escuchamos en la primera lectura de este domingo nos pone en la pista de lo que ha de ser la celebración eucarística. Durante la semana tal vez la mirada de los ojos y del corazón la tenemos dispersa, ocupada en los trabajos y preocupaciones cotidianos, incluso demasiado dispersa, concentrada en tantos estímulos que la calle, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, con sus noticias, espectáculos, programas de opinión y evasión, nos presentan. La Eucaristía es para volver los ojos hacia Aquel que fue traspasado por tus pecados. Y, al decir los ojos, decimos la atención, la escucha, los deseos. Esta mirada, lejos de evadirnos de la realidad –de lo que habitualmente entendemos por realidad, pues la Realidad más real es Él-, nos hace regresar a ella de otro modo, con más realismo y con más esperanza, con más piedad y compasión.

Él es el Mesías de Dios

Hoy Jesús quiere que le contemplemos como el Ungido de Dios. Muchas cosas se han dicho de él a lo largo de estos veinte siglos, muchas opiniones se escuchan a diario sobre él. No se puede dudar de que a nadie le resulta indiferente, unos tienen necesidad de negarlo, rebajarlo, combatirlo, desfigurarlo o despreciarlo, otros prefieren ignorarlo, pero no suele ser una ignorancia indiferente sino interesada, como diciendo “no quiero que este hombre me obligue a cuestionarme mi propia manera de pensar y vivir”. Él es el Hijo de Dios hecho hombre, el Enviado por Dios para salvar al mundo. Los apóstoles, como buenos judíos, lo esperaban, pero la imagen del Mesías que tenían no era correcta. Por eso, Jesús se apresura a corregirla diciéndoles que Él va a sufrir, morir y resucitar: un Mesías que pierde su vida para dar la Vida al mundo. Al mismo tiempo, deja claro a sus seguidores cuál es el estilo de vida que ellos habrán de llevar.

Si alguno quiere seguirme niéguese a sí mismo, tome su cruz, pierda la vida por mí

Jesús no discrimina a nadie, a todos invita a seguirle, pero establece unas condiciones precisas. Hay que seguirle como él quiere, no como cada quien quiera. Estas condiciones son: negarse a sí mismo, tomar su cruz cada día y estar dispuestos a perder la vida por Él. Son condiciones que se incluyen mutuamente: para negarme a mí mismo he de aceptar la cruz y eso implica ir perdiendo la vida tal como el mundo la entiende; aceptar la cruz significa no buscarme a mí mismo sino la voluntad de Dios, aceptar todo aquello que me supone sufrimiento porque me obliga a negarme a mí mismo y renunciar a mis intereses personales egoístas; perder la vida es renunciar a todo aquello que, desde una mentalidad materialista o puramente humana, se valora, y eso implica cruz y negación de sí mismo.

El que pierda su vida por mí, la encontrará

Perder la vida es renunciar, por Jesús y en el modo y medida que él quiera, al menos afectivamente, a todo aquello que se valora en la vida: salud y belleza, éxito intelectual y profesional, dinero, prestigio, amores, placeres sensibles, fecundidad (realizaciones) y poder. Todo esto que al hombre con mentalidad todavía carnal, mundana, le fascina, el cristiano lo va perdiendo, conscientemente, voluntariamente, con alegría incluso, aunque sufra. Algunos de esos bienes los renuncia porque son malos, bienes aparentes; otros para recibir bienes mayores. Porque Jesús mismo dice que quien pierda la vida por él, ése la encontrará. ¿Qué vida encontrará? Vida eterna: salud y belleza espiritual, es decir, santidad, éxito incluso humano pero en Dios, fecundidad espiritual (apostolado eficaz), gozo en el Señor y en muchos bienes de este mundo desde el Señor, amor de Dios y muchas amistades cristianas, poder en Cristo, es decir, capacidad de actuar en su nombre y realizar signos como los suyos, prestigio ante el Señor. El que sigue a Jesús, por el camino que El siguió, no pierde la vida sino que la gana. A una mujer joven, por ejemplo, a quien ha dejado el esposo, hay muchos que le dicen “eres joven, tienes derecho a rehacer tu vida con otro, a ser feliz…” y ella va y se lo cree… luego la experiencia le hace ver que no ha alcanzado esa felicidad anhelada y que la vida se le complicó mucho más; para ella “perder la vida por Cristo” significa aceptar su situación, su soledad, el vacío afectivo, la cruz que eso supone… y entonces irá viendo que ahí encuentra Vida, fecundidad y felicidad, madurez afectiva y paz, madurez espiritual y alegría en el Señor, porque Cristo no miente y sus promesas se cumplen. ¿Tenemos esa fe?

Padre Jesús Hermosilla

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