4 de junio de 2010

Mons. Antonio José


“Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo”


No hay duda de que este texto manifiesta la sensibilidad humana y social, de Cristo, nuestro Divino Maestro; Él quiere preocuparse, a fin de que aquellas personas pudiesen saciar su hambre física, para que regresen saciadas con aquel alimento y con su palabra, a sus casas.

Para Cristo, la persona es integral, tanto en su Cuerpo, como en su espíritu. Él quiere salvar a la persona toda, en el tiempo y en la eternidad.

Manifiesta que enseña, pero que su palabra tiene poder. Ese poder que le permite multiplicar los panes y los pescados, como anuncio del festín mesiánico; por cuanto con el Mesías llega el tiempo de la salvación

Pero aún más, ya Melquisedec, alimenta a Abram y su gente con pan y vino, como signo de bendición, como lo expresa Génesis 14, 18-20. Ya todo esto es, tanto la multiplicación de los panes, como esta ofrenda de pan y vino, una referencia muy clara de la Eucaristía, en la cual dice Pablo en 1Corintios 11, 23-26, “Cuando el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunció la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el Cáliz, después de cenar, diciendo: este Cáliz es la nueva alianza, que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía, siempre que beban de él”.

De esta manera, se instituye la Eucaristía y el sacerdocio, y así cada día los Obispos y Presbíteros, celebran la Eucaristía actualizando el memorial, de la muerte y resurrección de Cristo; alimentando al pueblo de Dios, con la palabra y con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en cada Santa Misa.

Qué misterio tan insondable, ya que en primer lugar Cristo, se multiplica en cada hostia Consagrada, y en cada Cáliz para darse personalmente a los fieles. Para fortalecerlos en su fe y habitar en cada corazón, y todos vivir en Cristo.

Por otra parte, aún cuando se vean los accidentes de pan y vino, después de la consagración, en esas especies, se encuentra el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo.

Por eso al comulgar se nos dice: El Cuerpo de Cristo, y respondemos Amén. Además, cuando se reservan en el Sagrario, esas hostias Consagradas, allí está Jesús Sacramentado, y ante Él decimos: bendito y alabado sea Jesucristo, en el Santísimo Sacramento del Altar, sea por siempre bendito y alabado; y cuando en este día se lleva en procesión, debajo del palio a los diferentes altares preparados para su adoración, todos decimos: Señor mío y Dios mío. Que así sea.


Mons. Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto

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