30 de julio de 2010

"Eviten la codicia"


Homilia de Mons. Antonio José
Notas Pastorales -
Décimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario /C

“Eviten toda clase de codicia”

La riqueza no puede ser un absoluto. Es una herramienta para vivir dignamente, para socorrer a los mas necesitados y así dar gloria a Dios por eso Deuteronomio 8, 7-10). Afirma que, entendidas así las cosas, en la tierra que Yahvé promete a su pueblo, no debe faltar la riqueza de todo tipo. Dicen los comentaristas que la riqueza espiritual, cultural o material, es una dimensión buena, por cuanto desde la fe, ofrece autonomía, evita la mendicidad, nos aleja de los cobradores implacables, fortifica la amistad y solidaridad. Por supuesto que después de Dios, obtener poder adquisitivo es fruto también de amor al trabajo,, capacidad de riesgo, hábil prudencia y espíritu de resistencia.

Sin embargo esa riqueza, tiene verdadero valor si va unida y subordinada a la paz de la conciencia, a la justicia y a la salud (Eclo 30,14). Ya que la riqueza no puede comprar el no morir, o el verdadero amor. La riqueza solo es grande dese la sabiduría Divina.
Dios que ama al hombre, cuando este, de verdad, lo sigue, entonces le da verdaderas satisfacciones. En el desierto alimenta a aquel pueblo, (Éxodo 16, 8-15) mucho mas será en la tierra de la promesa (Deuteronomio 11, 15), Dios es supremamente generoso; pero también es riqueza. Porque la gracia, la sabiduría y la bondad de Dios, todo ello también sacia desde el alma. Lo material se necesita. Dios da hasta la saciedad, por eso multiplica los panes, y llena doce canastos con las sobras. (Mateo 14,20)

Por ello no debemos olvidar que también existen riquezas injustas, llenas solo de codicia y maldad. Seguros de que las riquezas mal adquiridas, no se disfrutan, solo envilecen (Proverbios 21, 6). Es mal adquirida la fortuna que excluye a las grandes mayorías de dignidad: “ay de los que añaden casa a casa y juntan campo con campo hasta ocupar todo el espacio, quedándose como únicos habitantes del país” (Isaías 5,8)

De esta manera, muchos avarientos “se han hecho ricos, grandes y gruesos” (Jeremías 5, 27ss), pero su maldad no tiene limites… ni reconocen el derecho de los pobres…su única riqueza es la codicia, son unos pobres seres humanos, que solo despiertan lastima.

Pero más pordioseros son aquellos ricos avarientos, que son tan insensatos que creen poder prescindir de Dios, se creen dioses, para colmo de su miseria. Ellos se apoyan en sus riquezas para violar el derecho, para oprimir al débil, para hacer lo que se les antoje (Salmo 52, 9). Pero esa riqueza mal habida y mal usada, será su propia sepultura (Proverbios 11, 28); caen en su propia prepotencia y soberbia.

Lo importante es repetir aquella oración de (Proverbios 30, 7-9) “solo dos cosas te he pedido, oh Dios, concédemelas antes que muera: aleja de mi la falsedad y la mentira, y no me hagas rico, ni pobre, dame solo el pan necesario, porque si me sobra, podría renegar de ti y decir que no te conozco; y si me falta podría robar y ofender así tu Divino nombre”

Por eso a los ricos de este mundo se les recomienda que no pongan su confianza en riquezas precarias, sino en Dios que nos provee abundantemente de todo (1 Timoteo 6, 17)

No olvidemos que el dinero hace falta, pero que es un dueño despótico y despiadado. Nuestra fuerza debe ser siempre Dios, que nos enseñará a usar con dignidad la riqueza. Y la riqueza debe tener también una función social.

El que de verdad cree en Dios, y posee poder económico, entenderá que tiene una misión además de mitigar el dolor de sus hermanos verdaderamente en necesidad.

La verdadera riqueza es también, aquella que se sabe compartir porque por otra parte hay “mas dicha en dar, que en recibir” (Hechos 20, 35). De allí que hoy el señor nos diga: “Eviten toda clase de codicia” (Lucas 12, 15). Que así sea.
Mons. Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto

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