16 de julio de 2010

Homilia de Mons. Antonio


Decimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario /C
Notas Pastorales

Todo es Equilibrio

Conscientes estamos de la importancia del trabajo diario, como también de lo grandioso del espíritu de superación. Es necesario en la vida tener iniciativa, no dormirse, saber actuar.

Sin embargo, lo grave es cuando se extremiza la preocupación en una sola dirección. A veces sucede que alguien se dedica tanto, por ejemplo a la política, que olvida incluso a su esposa o a su esposo, a sus hijos, a su familia.

Cuantas veces, alguien se mete en sus estudios y se olvida hasta de Dios, por que dice no tener tiempo para nada más.

En el mundo de la empresa, existen tantas posibilidades, tantos negocios, tantas oportunidades; la información al día, los análisis actualizados, las relaciones públicas, por mil razones o excusas exigen y piden tiempo; que total, quien se deje absorber por ese mundo, fácilmente puede dejar de lado su hogar, como también; la misma sensibilidad humana y hasta la fe.

Este desequilibrio ha traído nefastas consecuencias a todos los niveles.

Como también sería sumamente negativo, el que de pronto una persona se dedique extremosamente al Apostolado, sea cual fuere, y por muy santo que parezca, descuidando su trabajo y también desentendiéndose de los suyos, es decir, de su familia. Esto es fatal.

Por ello, qué interesante es saber realizar una dimensión sin descuidar la otra, que útil es el equilibrio en la vida.

Por eso, qué positivo sería el que tomando muy en cuenta a Dios, desde la fe en Él, se trabaje responsablemente, se atienda pues, al cumplimiento del deber, pero dándole a la familia el ligar y el tiempo que merece, porque este también es un deber y un derecho.

Así pues, todos podemos combinar en perfecta armonía nuestros deberes para con Dios, los deberes para con la sociedad, el trabajo de cada día, con el afecto familiar.

Es necesario que se saque tiempo para estar con la esposa u esposo, con los hijos, conversar con ellos, salir con ellos, recrearse juntos, escucharlos, atenderlos; pero no se debe nunca descuidar el amor, paz y felicidad profunda, desde la familia, y conservándola, todo se gana, sin ella todo se pierde.

En fin es bueno pisar en firme sobre esta tierra, en la que vivimos, pero estando abiertos a la infinitud y a la trascendencia.

Una vida sin Dios es una vida gris, sin sentido, es una oscuridad asfixiante.

Por lo tanto busquemos a Dios constantemente. Vivamos con Él, porque ciertamente Él nos hará más libres y más felices, ya que Cristo sigue siendo el Camino, la Verdad y la Vida, para el hombre que busca realización auténtica.

Él sigue diciendo a todos los creyentes: “Ustedes han escogido la mejor parte, y no se les quitará”.

Mons. Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto

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