16 de julio de 2010

Homilia P. Jesús Hermosilla


DOMINGO XVI
DEL TIEMPO ORDINARIO
"CICLO C"
“Y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa…
María se sentó a los pies de Jesús y escuchaba”

El pasaje evangélico de este domingo viene justo a continuación del que escuchamos el domingo pasado. No separemos, pues, la escena de hoy de la del buen samaritano. Haciéndome próximo del otro, el Otro se acerca a mí. Acogiendo a Jesús, Marta y María son también “buenas samaritanas”. El que acoge a uno de sus pequeños, lo acoge a Él y, acogiéndole a Él, acoge al Padre. Aún podríamos decir más: sólo acogiendo a Jesús, abriéndole las puertas de mi casa y de mi corazón, seré capaz de abrírselas al prójimo. No hay contradicción, hay consecuencia y complementariedad.

“El Señor se le apareció a Abrahán”

Abrahán acoge a tres misteriosos caminantes que resultan ser Dios. El escritor juega con el singular y el plural: Abrahán ve tres personas, el escritor inspirado dice que es Dios; por eso los santos Padres vieron aquí una figura de la Trinidad. “No pases junto a mí sin detenerte” ¡Qué bella oración esta súplica de Abrahán! Señor, no pases junto a mí sin detenerte; Señor, quédate con nosotros, que la tarde va cayendo. Señor que sepa reconocerte en quien se detiene frente a mí. “Acójase al huésped como al mismo Cristo” (San Benito).

No hay que dejar pasar la oportunidad. Abrahán supo aprovecharla. No hay que dejar pasar el paso de Dios. ¡Son tantos los momentos en que se me acerca! No debo apresurar su partida, aunque me resulte fastidioso. La buena hospitalidad de Abrahán tuvo una gran recompensa: “Sara, tu mujer, tendrá un hijo”. Es la fecundidad de acoger a Dios. Hospedar a Dios en la propia vida es una buena inversión. Acogerle y no dejarle que se vaya es dar con el manantial de la propia plenitud y de la fecundidad espiritual de la propia vida.

“María se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra”

Acoger a Jesús en el huésped, en el hermano, en el pobre, en el herido… y acogerle también en el silencio, en la oración tranquila, en la escucha pausada de la Palabra, en la liturgia dignamente celebrada. Como María de Betania. Marta lo hizo bien, María mejor. “María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. No hay que oponer –Marta la acción, María la contemplación-, pero sí priorizar. Y lo prioritario es la oración. ¡Para todos! Prioritario no quiere decir que haya que dedicarle necesariamente el máximo tiempo. Veámoslo con un ejemplo: alimentarse es algo prioritario en la vida y, sin embargo, no se necesita mucho tiempo para hacerlo; si no me alimento no puedo trabajar y termino por morirme, eso quiere decir que es prioritario; si no se le da prioridad, todo lo demás se ve negativamente afectado. La oración es prioritaria, sin ella lo demás no va bien y muchas cosas ni siquiera van. Y es la mejor parte porque es el momento más íntimo y personal con el Señor, el más unitivo y personalizante, en definitiva, la única cosa necesaria.

Al igual que una buena salud depende, en gran parte, de una adecuada y sana alimentación, así la calidad de la acción depende, en gran medida, de una adecuada y sana contemplación explícita. La acogida de Dios en la contemplación, en la oración, ve realizado su fruto, su fecundidad, en la acción, en la vida. Será difícil reconocer a Cristo presente en el otro, donde está desfigurado (porque el otro tiene sus defectos), si no he contemplado su rostro en la Eucaristía; será difícil reconocer su voz en el grito del necesitado (que a veces ya ni habla) si no la he escuchado en la lectura de su Palabra.

¡Qué bueno aprovechar las vacaciones para pasar largos ratos sentados, como María, a los pies del Maestro! “La presencia de Jesús en el tabernáculo –decía Juan Pablo II- ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón” (Carta Quédate, Señor con nosotros, 18). “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?” (Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucaristía, 25).
PADRE JESÚS HERMOSILLA

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