24 de agosto de 2010

Homilia del P. Jesús Hermosilla

DOMINGO XXII DEL
TIEMPO ORDINARIO
CICLO C

El que se engrandece será humillado
y el que se humilla será engrandecido


Cuando te inviten ocupa el último lugar

Jesús es verdaderamente un hombre libre. Lo vemos lanzando tremendas invectivas contra los fariseos, llamándoles hipócritas y sepulcros blanqueados, pero al mismo tiempo lo vemos aceptando invitaciones a comer en sus casas. Jesús observa, no pierde detalle de lo que pasa a su alrededor y, como sabe observar por fuera, también ve lo que hay por dentro de cada uno. Jesús observó aquel día que los invitados escogían los primeros puestos. ¿No serían tal vez sus propios discípulos, tan preocupados por saber quién era el más importante entre ellos? Bueno, estas cosas en las parroquias no pasan… ¿verdad?

En una comida, en un compartir o una fiesta, no importa mucho el puesto que se ocupe, total es cuestión de poco tiempo, pero no es lo mismo en el convite de la vida. ¿Qué lugar quieres ocupar en el banquete de la vida? ¿Qué puesto en la sociedad? ¿Qué cargo en tu trabajo? ¿Qué parroquia en la diócesis? ¿Qué oficio en tu comunidad? En realidad, si el cargo, el trabajo o el oficio importan tanto es porque a ellos se asocia una estima, un honor, una consideración social. Dependiendo del cargo uno se siente menos o más, menos o más persona, menos o más importante. También la importancia se asocia al dinero, a los bienes, y al poder. Tengo muchos bienes y me siento más importante. Tengo poder y me considero más. En el fondo de todo esto hay un tremendo error: valorarme por lo que tengo o lo que hago y no por lo que soy, valorarme no desde mí mismo sino de acuerdo a la estima social que recibo. Y aun solo el criterio de valoración personal no basta.

Si acertamos con el criterio auténtico, todo lo demás queda relativizado. ¿Y cuál es ese criterio? Dios. Quien tiene la estima de Dios, quien mide y vive su propia autoestima desde Dios, nada más necesita. Desde ahí cambia la dinámica: se siente como un honor ocupar el último lugar. Jesús tuvo algo de fama en los primeros tiempos de su ministerio público, fama que no buscó; al final, quedó en el último lugar, “se humilló hasta la muerte de malhechor”. La parábola de este domingo tiene una dimensión revolucionaria tremenda, para la sociedad y para la misma Iglesia. La valoración actual de las personas según los puestos y trabajos, incluso en instituciones de la Iglesia y entre los cristianos, es en general poco evangélica.

Cuando des un banquete invita a los pobres

Siguiendo la lógica mundana anterior, ¿a quién se invita en las recepciones eclesiásticas? ¿A quién nos gusta hacer favores? ¿No es a aquellos que de algún mundo nos lo sepan agradecer y pagar aunque nada más sea con alguna alabanza? La gente digamos rica ¿a quién prefiere hacer donaciones? ¿a los pobres, pobres, de los barrios o a alguna institución eclesiástica en la que siempre figurarán como bienhechores y de la que podrán recibir honores cuando quieran?

Jesús nos invita a hacer el bien, cualquier bien, con absoluta gratuidad, sin esperar ningún tipo de recompensa. No pensemos sólo en recompensa material, hay muchas maneras de buscar recompensa: creando una dependencia afectiva, buscando alabanzas, o incluso comprando el voto o el apoyo incondicional. Hay formas muy sutiles de cobrarse los favores. La gratuidad evangélica se realiza cuando no se espera absolutamente nada del otro. Sólo entonces se es verdaderamente libre para hacer el bien. La recompensa la recibiremos “cuando resuciten los justos”. Tal vez el otro quiera ser agradecido, pero eso ya es cosa suya; también puede haber un sutil orgullo en no aceptar la gratitud. Pero una cosa es aceptar y otra desearla y buscarla, aunque sea sutilmente.

Por otra parte, no olvidemos la opción preferencial por los pobres (¡cuando la Iglesia la olvida la retoman la ideología y los demagogos!): en igualdad de condiciones hay que elegir hacer el bien al más pobre, al desconocido, al que puede o sé que no me va a pagar ni siquiera con una sonrisa. También es signo de gratuidad hacer el bien a aquellos a quienes la sociedad no mira bien: drogodependientes, malandros (delincuentes), prostitutas, gitanos… En esos casos no hay peligro tampoco de recibir ni siquiera como recompensa la aprobación y alabanza social, porque siempre hay acciones altruistas que cada sociedad valora; frecuentemente vemos a algunos famosos ciertos gestos de este tipo.

Sólo los humildes le dan gloria a Dios

Un motivo más para hacer el bien y, en definitiva, hacerlo todo gratuitamente es la gloria de Dios. En la búsqueda de cualquier tipo de recompensa siempre subsiste algo de orgullo y autoestima altiva o, al revés, baja autoestima que mendiga; ambas son signo de falta de humildad y ambas pretenden una apropiación de la gloria que debe ser dada a Dios. Jesús dice: “que vean sus buenas obras y den gloria al Padre que está en los cielos”. Y es lógico, porque el amar y hacer el bien gratuitamente únicamente es posible como gracia de Dios; en último término, sólo a Él hay que darle las gracias y la gloria.

Padre Jesús Hermosilla García

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