27 de agosto de 2010

La Solidaridad

Homilia de Mons. Antonio José
Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario /
Ciclo C
“SOLIDARIDAD”

Nos encontramos en una sociedad en la cual muchas veces todo pareciera tener un precio.

Y no se trata de la búsqueda de un objetivo, de un simple bien subjetivo, del cual nos hablan los filósofos al referirse al que hacer humano, sino que a veces casi nadie cree en “el desinterés” bien entendido, como hacer el bien, sin mirar a quien, sino que cualquier servicio que se hiciera, parece medirse con el parámetro compra-venta, hasta tal punto que si alguien hace una obra buena, se piensa: “Y que andará buscando este”, “Que se propondrá”, “En esta vida nada es gratis”, “Se irá a lanzar de candidato”. Y ya que de hecho existe mucho de esto, pareciera que sólo contará el interés económico, sexual y político; que todo pues, tuviera un costo.
Por supuesto, entendemos que quien se dedique al comercio, a negocio, maneja su trabajo en este sentido, ya que el objetivo es la obtención digna de riqueza, por cuanto es un trabajo que bien llevado es importante, y es necesario.

Aquí nos referimos a que en la vida debemos actuar buscando el bien común en sí mismo; el querer ayudar a cambio de hacer el bien y sentir la satisfacción personal ante el prójimo y ante Dios, de ser útiles a otras personas, es un poco aquello de que “tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda”.

Es bueno cooperar; y que se pueda descontar del Impuesto Sobre la Renta, pero si podemos hacer algo sin recibir algo a cambio, siempre que este a nuestro alcance, es mas loable todavía.

Pareciera que a esto se refiere Cristo, cuando nos dice que ayudemos a todos, pero especialmente “Aquellos que no te puedan pagar de ninguna forma”.

Creo que esta actitud de fe, como servicio implica una madurez humana y cristiana de primer orden.

Ojalá que podamos ayudar a un anciano, sin exigirle nada, sino una sonrisa de satisfacción.

Ojalá que podamos ayudar a una mujer, sin más interés que su dignidad.

Ojalá que podamos atender a quien nos necesite, por el sólo hecho de ser persona.

Entonces, tendremos en esta vida una satisfacción muy profunda, pasaremos por este mundo haciendo el bien, y tendremos una recompensa muy grande “el día en que los justos resuciten”.

Mons. Antonio José López Castillo
Arzobispo de Barquisimeto

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