30 de enero de 2010

Domingo IV...


DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo C


Jesús es el gran profeta enviado por Dios a su pueblo y a toda la humanidad, el profeta definitivo. Como tantos otros del Antiguo Testamento, profeta rechazado. En la vocación y vida de Jeremías podemos vislumbrar al Profeta Jesús. Jeremías fue consagrado desde el seno materno como profeta para las naciones. No va a serle fácil la tarea; por eso, Dios le dice que se prepare, que no tenga miedo ni titubee y diga lo que El le mande. Le van a hacer la guerra -¡bien que se la hicieron!- pero no podrán con él; ejercerán sobre él violencia física, pero no conseguirán doblegarlo ni apagar su palabra porque el Señor estará con él.


Jesús va a Nazaret donde afirma –lo escuchábamos el domingo pasado- que en él se cumplía aquella profecía de Isaías que acababa de proclamarse. En un primer momento la gente le aplaude y aprueba, pero después empiezan a dudar: ¿no es éste el hijo del carpintero? ¿de dónde saca toda esa sabiduría y poderes? Jesús sabe que nadie es profeta en su propia tierra y tampoco está dispuesto a obrar milagros para alardear de profeta y convencerles. Y la aprobación y aplauso se tornan en ira y rechazo. A punto estuvieron de despeñarlo por un barranco, pero todavía no había llegado su hora. En el horizonte está ya la cruz. Jesús ¡el profeta rechazado entre los suyos! Y se alejó de allí; y con él se alejó la buena nueva de la salvación.


Todo cristiano es profeta, participa del profetismo de Cristo. Llamado a anunciar la buena noticia de la salvación, a proclamar la liberación a los cautivos y a los oprimidos. Importante y gratificante misión, a la par que enojosa y hasta crucificante. La gente tiene el dicho de que “al que se mete a redentor lo crucifican”; también al que se mete a profeta, al que intenta vivir su misión profética. Hay que contar con ello. Dios tiene la última palabra y acredita a sus profetas, normalmente después de la muerte. Lo que importa es realizar la misión. El está con nosotros. Hoy disponemos de muchos foros desde donde proclamar el mensaje: las modernas tecnologías de la comunicación ofrecen infinidad de recursos. Eso sí, y hay que contar con ello, el rechazo será también más llamativo, más persistente, más extensivo. Con todo, no olvidemos la promesa del Señor: El está con nosotros, El nos da la fuerza, su Espíritu nos hace capaces y valientes.


Tampoco hemos de olvidar –y hoy la segunda lectura nos lo recuerda- que el profeta cristiano no puede ser un amargado ni un resentido que vuelca sus iras contra este mundo. La clave del éxito, a largo plazo, aun contando con muchos rechazos, está en el amor. Hay que anunciar por amor y con amor; hay que denunciar por amor y con amor. Sólo el amor edifica, sólo el amor convierte, sólo el amor convence. Sólo el amor desarma y desbloquea. Sólo el amor triunfa. Pero –Pablo nos lo recuerda- no cualquier amor: sólo el amor que disculpa sin límites, que confía sin límites, que espera sin límites, que soporta sin límites; sólo el amor que es compasivo y servicial, que no tiene envidia ni se engríe, que no se irrita ni guarda rencor.


Creo que aquí está el porqué, la razón, del poco éxito de tantas protestas y denuncias, incluso de tantas predicaciones, documentos y declaraciones. Se tiene toda la razón del mundo en lo que se dice, en lo que se denuncia, en lo que se reclama, pero falta amor, amor cristiano, caridad, capaz de dar la vida por el otro, por el “enemigo”. No digo que no haya algo de amor, pero mezclado con rechazos, ira y resentimientos, en todo caso amor de intensidad insuficiente para tocar el corazón del otro. No basta anunciar y defender la verdad. Hay que hacerlo con mucha caridad. La verdad en la caridad, nos ha recordado Benedicto XVI en su última encíclica. Mejor no meternos a profetas si no tenemos un mínimo de este amor; vamos a empeorar las cosas, pues al rechazarnos a nosotros van a rechazar también la buena noticia, el anuncio o la denuncia, por muy cargada de verdad que vaya. Y lo que hagamos será tal vez buena propaganda, discurso verdadero, pero no auténtico profetismo cristiano.


Padre Jesús Hermosilla

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