30 de enero de 2010

Notas exegéticas


Notas exegéticas


IV Domingo del Tiempo Ordianrio


* 1" lectura: Jeremías 1, 4-5.17-19
En la llamada profética de Jeremías no hay ninguna indicación temporal o espacial. El v. 4 literalmente en hebreo dice: "Aconteció la palabra del Señor en mí". La Palabra crea la vocación y será de ahora en adelante la única realidad decisiva en la existencia del profeta. En el v. 5 se sub- raya la acción de Dios, a través de tres verbos: formar, escoger (literalmente "conocer") y consagra]: La elección de Jeremías supone una acción gratuita y amorosa de Dios que lo consagra, es decir, lo separa para él pero para enviado a los hombres con una misión determinada. Jeremías ha sido consagrado y enviado por Dios para "hablar" a los hombres. El profeta experimenta su pequeñez ante el peso de esta responsabilidad, pero de ahora en adelante toda su existen- cia se coloca bajo el mandato de Dios: "diles lo que yo te mando" (v. 17). El profeta experimenta el miedo. De ahí que Dios le diga: "No temas, no titubees delante de ellos" (l, 18). El temor no es una experiencia extraña a la vocación profética, sino más bien el lugar donde se gesta y madura la misión. Paradójicamente el profeta encuentra la fortaleza precisamente en el hecho de hablar en nombre de Dios. Hablando se vuelve "ciudad fortificada", "columna de hierro" y "muralla de bronce" (1, 18). Lo que salva al profeta es la palabra que proclama, es la presencia de Dios en la palabra misma.


* 2" lectura: 1 Corintios 12,31-13,13)
En el llamado "himno a la caridad", Pablo expone "el camino mejor de todos" (12, 31), literalmente en griego: "un camino hiperbólico", un camino que supera a todos los dones y que sirve de criterio para juzgar a todos los otros carismas: el amor, el ágape, el primer fruto del Espíritu (Gál 5, 22). El texto paulino se puede estructurar en tres estrofas que describen cada una la sublimidad del amor- ágape: a) Sin amor hasta las mejores cosas se reducen a nada (vv. 1-2); b) el amor se expresa en actitudes y obras concretas (vv. 4-7); e) el amor, como Dios que es amor, es eterno (1 Cm 13,8-13).


* 3" lectura: Lucas 4, 21-30
Después de la acogida atenta y llena de estupor de las palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret, el ambiente se vuelve hostil y de rechazo. Jesús interpreta los sentimientos de los presentes con una intervención polémica. El proverbio que cita (v. 23: "Médico, cúrate a ti mismo"), indica que los habitantes de Nazaret esperaban no sólo palabras, sino hechos; querían presenciar algunos prodigios parecidos a los que Jesús había hecho en Cafarnaum. Jesús añade otro dicho: "nadie es profeta en su tierra". De este modo reafirma sus pretensiones proféticas y mesiánicas y se coloca en línea de continuidad con los antiguos pro-. fetas y hombres de Dios del pasado, que han sido desacreditados y perseguidos. Las palabras de Jesús en los vv. 25-27, sobre las historias de Elías y de Eliseo, desenmascaran sutilmente las intenciones de la gente. El profeta auténtico no busca satisfacer el gusto de su auditorio, ni se deja encerrar por con- dicionamientos nacionales o de sangre. Se evoca también la futura predicación de la salvación a los no-judíos. Jesús ha obrado ya fuera de "su tierra", Nazaret, en Cafarnaum. Un día la salvación se ofrecerá no sólo a Israel, sino también a los paganos (Hech 13, 46; 28, 28). Naamán, el sirio, y la viuda de Sarepta, simbolizan las condiciones que permiten a un profeta manifestar el poder de la palabra de Dios. La fe que lleva al abandono confiado en Dios (2 Re 5, 1-14: Naamán) y que nos hace capaces de arriesgado que somos y tenemos (1 Re 17, 1-9: la viuda de Sarepta), es la fe que exige Jesús y que tantas veces lo ha hecho exclamar después de un milagro: "¡tu fe te ha salvado!". A las palabras de Jesús sobre Elías y Elíseo, taumaturgos de los paganos, sus paisanos reaccionan con indignación y la escena se concluye con la revuelta de los presentes que intentan matarlo (Lc 4, 29-30). "Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí" (v. 30). ¿Hacia dónde? El texto de Lucas no hace referencia a ningún lugar. Hay que pensar que se fue para continuar la misión para la cual el Espíritu lo había consagrado. Primero a Cafamaúo, luego a Ga1ilea, y finalmente a Jerusalén, ya que un profeta debe morir en Jerusalén (Le 13,33). Pero ni siquiera la muerte lo detendrá. Jesús sigue anunciando el evangelio del reino a través de sus discípulos, "hasta los últimos rincones de la tierra" (Hech 1,8). Muchos hombres y mujeres en el mundo entero, como en otro tiempo Naamán el Sirio y la viuda de Sarepta, experimentarán la acción terapéutica y salvadora de Jesús y de su evangelio.


Mons. SILVIO JOSÉ BÁEZ
1/01/10
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