26 de febrero de 2010

Notas exegéticas


Notas exegéticas

28 de febrero de 2010
II DOMINGO DE CUARESMA



1" lectura: Génesis 15, 5-12. 17-18

Dios renueva al patriarca la promesa de una descendencia y de una tierra. Abraham está envuelto en la más densa oscuridad: es un anciano, Sara es estéril, el tiempo pasa, todo parece indicar que no habrá descendencia y será un criado de su casa quien heredará sus bienes (v. 2). La noche interior de Abraham se ve iluminada por aquella noche estrellada, durante la cual el Señor, llevándolo fuera, le renueva la promesa (v. 5). Haciéndolo "salir" en medio de "la noche", Dios le comunica una palabra de esperanza.

Abraham vuelve a afirmar su amén inquebrantable a Dios: "creyó en el Señor" (v. 6). En el v. 6, se utiliza el verbo hebreo amán, que indica la acción de apoyarse sólidamente en Dios. El verbo "acreditar, tenérselo en cuenta" (hebreo hashab) es el verbo técnico con el que se afirma la validez de los sacrificios (cfr. Lev 7, 18). El sacrificio que agrada a Dios y que hace justo al hombre es la adhesión cotidiana de la fe.

Después Dios confirma solemnemente su compromiso con Abraham en un atardecer misterioso y a través de un antiguo gesto de "alianza". El rito evoca los pactos que se hacían en el antiguo Medio Oriente entre un soberano y su vasallo: los contrayentes de la alianza pasaban en medio de los animales descuartizados que representaban la suerte que debía correr quien no cumpliera el pacto. En otra noche, cuando el sol ya se había puesto, "un brasero humeante y una antorcha encendida" pasaron por entre aquellos animales partidos (v. 17). Como humo que evoca la invisibilidad divina, y como fuego que simboliza su presencia visible, Dios pasa y se compromete en alianza con Abraham.

2ª lectura: Filipenses 3,17-4,1

Se presentan dos destinos alternativos: un final de perdición, para los "enemigos de la cruz de Cristo", cuyo dios es "el vientre" (Filp 3,18. 19), aquellos que han orientado su vida según el egoísmo y la ley, y un final de gloria para los creyentes en Cristo Jesús, quien "transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo" (Filp 3, 21). El camino de la fe concluye con la "transfiguración" maravillosa del verdadero creyente. Por eso Pablo exhorta a los cristianos a vivir coherentemente con la fe que profesan (Filp 4, 1), comportándose como "ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador, Jesucristo" (Filp 3, 20).

3ª lectura: Lucas 9, 28-36

El relato de la Transfiguración está construido a la luz de las teofanías del Antiguo Testamento y representa una anticipación de la gloria de la Pascua. Todo acontece en "lo alto del monte" (v. 28b), espacio simbólico de la trascendencia y del mundo divino, mientras Jesús estaba en oración (v. 29).

La presencia de Moisés, que simboliza la Ley, y de Elías, que simboliza la profecía, indica que con Jesús la Historia de la Salvación ha llegado a su culminación. Lucas describe a Jesús hablando con ellos de "la muerte que le esperaba en Jerusalén" (v. 31). El texto griego dice exactamente que hablaban del éxodo de Jesús, es decir, de su Pascua. La transfiguración se describe indicando que "las vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes" (v. 29). El color blanco simboliza en la tradición apocalíptica la pertenencia al mundo de Dios y la condición de resucitado (Dan 12,3; Apoc 1, 14; 3, 5; 4,4; etc.).

No es clara la motivación de Pedro que desea construir tres tiendas. Podría manifestar su anhelo de ver ya a Jesús en la condición de Moisés y Elías, o simplemente querer prolongar aquella situación gloriosa sobre la tierra. Ambas cosas son imposibles en ese momento. Según el evangelista, no sabía "lo que decía" (v. 33). Desde una nube que los cubre y llenos de temor ante la trascendencia, se escucha la voz del Padre: "Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo" (v. 35). Éste es el momento culminante del relato. Se revela así la especialísima relación entre Jesús y Dios. Si bien dialoga con Moisés y Elías, Jesús posee una identidad personal muy distinta. Más allá de lo que Pedro pudo haber imaginado, él es el Hijo de Dios (Le 3, 38).

Al final, Jesús aparece solo, porque sólo escuchando su palabra, los discípulos de ayer y de hoy podrán aceptar y seguir su camino de muerte y de gloria. Los discípulos por el momento guardan silencio, ya que solamente a la luz de su resurrección podrán comprender y anunciar lo que han visto y vivido con él en el monte.

+ MONS. SILVIO JOSÉ BÁEZ

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