13 de junio de 2010

Homilia Padre Jesús H.


DOMINGO XI
DEL TIEMP ORDINARIO
CICLO C

Tu fe te ha salvado. Vete en paz

Son las palabras que Jesús dirigió a la mujer pecadora que bañó con lágrimas sus pies y los ungió con perfume. No ha recibido la salvación y la paz simplemente por el llanto, aun siendo lágrimas de arrepentimiento, sino por la fe con que se acercó a Él. Jesús sabe ver más allá de lo exterior y las apariencias. En la escena evangélica de este domingo podemos ver en acción el mismo mensaje que Pablo escribe a los gálatas: el hombre no llega a ser justo por el cumplimiento de leyes o normas humanas, aunque sean religiosas, sino por la fe en Jesucristo. No justifican los gestos exteriores, por muy creativos y expresivos que sean, sino la fe y el amor que expresan y en cuanto realmente son expresión de fe y amor. Si no, se quedan en nuevas leyes, ahora inventadas por nosotros, espontáneas, y ritos, eso sí muy creativos… Ahora bien, si la mujer tenía aquella fe, aquel amor, aquel arrepentimiento, era porque ya conocía al maestro y había escuchado las palabras consoladoras: “no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos, no he venido por los justos sino por los pecadores”; las había escuchado, le habían llegado al corazón y la confianza firme en el amor misericordioso de aquel profeta había quedado grabada a fuego en su alma, al mismo tiempo pecadora y deseosa de vida nueva.

Tus pecados han quedado perdonados

Aquella mujer pudo escuchar también de labios de Jesús estas palabras de absolución de su vida pasada. Las lágrimas dolorosas del arrepentimiento se tornan en lágrimas de alegría. Quien no es capaz de llorar por sus pecados y por los ajenos tampoco alcanzará intensa alegría. A quien mucho ama, mucho se le perdona, a quien mucho se le perdona, mucho ama y quien se siente muy perdonado será capaz de experimentar mucha alegría. La recepción del perdón, en el sacramento de la penitencia, es para algunos más un mal trago que un momento dichoso. Tenemos mucho que aprender de esta escena evangélica para recibir bien el sacramento; la mujer es pecadora, todo el mundo lo sabe, y no lo disimula sino que públicamente lo manifiesta, podía haber escogido un lugar más reservado, haber buscado a Jesús en otro momento, incluso haberse acercado de una manera más discreta; pero no, llora públicamente, se postra a sus pies, los besa y los unge con perfume. La dimensión pública, eclesial, del sacramento de la penitencia está significada en el sacerdote; hagamos ante él una expresión sincera, humillante, arrepentida, de nuestros pecados. A veces se buscan circunloquios, excusas, se confiesan pecados muy graves como de pasada, envueltos en una retahíla de fallas, errores, o faltas de cortesía que no vienen a cuento. Y es rarísimo encontrar alguien que derrame lágrimas por sus pecados.

Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado

La actitud de David pudiera ser la nuestra. Ha recibido de Dios inmensas bendiciones, espirituales y materiales. En vez de ser humilde y agradecido, sus posesiones le hacen caprichoso y déspota: se siente con derecho a quitarle la mujer a su soldado e incluso buscar su muerte. Y después ni siquiera es capaz de reconocer el adulterio y el homicidio, ha de enviarle Dios al profeta para que le quite la venda de los ojos. Cuando más se peca menos se ve uno pecador, eso es cierto. También puede ser cierto que los muchos beneficios recibidos de Dios se tornen en ocasión de grandes pecados; la historia de la Iglesia lo corrobora y pudiera ser que nuestra pequeña historia también. Con todo, Dios es ciertamente muy misericordioso. Como David, hemos escuchado muchas veces “el Señor te perdona tu pecado”. Saberse muy perdonado, habiendo reconocido la maldad de todo pecado, que le viene de ser ofensa a Dios, independientemente de la gravedad concreta, será ocasión para amar mucho, agradecer mucho, expresar públicamente tanto mi condición de pecador como la alegría del perdón.

Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos

Cuando una se siente muy perdonada, muy amada, cuando uno es capaz de decir, como Pablo, “me amó y se entregó a sí mismo por mí”, el seguimiento sale espontáneo. La acción sanadora del Señor, en muchos casos, es la que suscita la fe, el arrepentimiento y, consecuentemente, el seguimiento. Igualmente, haber descubierto el amor sanador y salvador de Cristo lleva a entregarle todo y entregarse totalmente a Él. Un seguimiento de Jesús con poco entusiasmo, a regañadientes, -o lo que es lo mismo: un cristianismo de mínimos- puede estar expresando una falta de conciencia de pecado y de experiencia de perdón.
PADRE JESÚS HERMOSILLA

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