8 de agosto de 2010

Homilia Padre Jesús H.

DOMINGO XIX
DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO C


Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón

Todo es vana ilusión… La vida pasa rápido… Evita toda clase de avaricia… Busca los bienes de arriba. ¿Recuerdas? Nos lo decía el Señor el domingo pasado. Pues hoy sigue “erre que erre”: “vendan sus bienes y den limosnas. Acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba…” Es bueno atesorar, es bueno tener el corazón apegado a él, pero no a cualquier tesoro. El corazón ha de estar puesto en el tesoro que no se acaba, en ese que nadie puede robarlo ni destruirlo. ¿Y cuál es ese tesoro? El que ha tenido a bien darte el Padre: el Reino y, sobre todo, el Rey, su amor, su amistad, su salvación.
“No temas, rebañito mío”. Ya sabe el Señor que eso de vender los bienes y dar limosnas, buscar los bienes de arriba, ser ricos de lo que vale ante él, nos pone nerviosos, pensamos que lo vamos a pasar mal, que nos va a faltar lo necesario. El nos tranquiliza: “no temas, rebañito mío, hijo mío querido, busca mi Reino y lo demás se te dará por añadidura”. Nos promete sentarnos a su mesa y servirnos Él mismo.

Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas

La vida es fugaz. Hay que aprovecharla bien porque, además, al final, habrá que dar cuentas y “al que mucho se le da, se le exigirá mucho y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”. Y como no sabemos cuándo es el final (“a la hora que menos lo esperen”), hay que estar listos. ¿Qué quiere decir estar listos, preparados? El evangelio habla de tener la túnica puesta y las lámparas encendidas, estar en vela, vigilando, ocupados en administrar con fidelidad y prudencia. Imágenes sugerentes.
Estar en vela, vigilando y esperando la llegada del Hijo del hombre. Estar despiertos y atentos a lo importante, al único Importante. Con la mirada del corazón puesta en el Tesoro. El corazón apegado a los bienes de este mundo nos despista, nos embota la mente, nos distrae de lo esencial, nos adormece. Pero, al mismo tiempo, no podemos inactivos, el amo quiere encontrarnos cumpliendo con nuestro deber, ocupados en administrar sus bienes y poner a valer los talentos. Si es barrer, barriendo, si es dirigir una empresa, dirigiéndola, si es absolver pecados, absolviéndolos… No creo que sea poniendo a tostar la barriga horas y horas en la playa…

“Dichoso el siervo si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo su deber… Pero si este siervo empieza a maltratar, a comer, a beber y embriagarse… a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente”. En estos tiempos, hasta los predicadores dejamos a un lado estas advertencias del Señor, tal vez nos parecen amenazas de niños que suscitan de los adultos únicamente una sonrisa burlona; esta sociedad que se cree adulta se lo toma así. Pero ahí está y es palabra de Dios ¡Quien tenga oídos que oiga!

Otras imágenes, de cómo estar preparados a su llegada, son las de la túnica puesta y la lámpara encendida. La túnica sugiere la vestidura bautismal del nuevo yo, de la vida nueva en Cristo: revestidos de Cristo. Las lámparas, que dan luz a la casa, encendidas. Si las lámparas están apagadas, todo el ser se adormece, dejamos de cumplir el deber y administrar los bienes. La lámpara que nos ha sacado de las tinieblas ha sido la fe, la fe en Cristo, una lámpara que, para estar encendida, necesita de la caridad. Una fe como la de los patriarcas, alabada en la segunda lectura de hoy.

La fe es garantía de lo que se espera y prueba de lo que no se ve

La fe es el secreto para creer y vivir todas estas cosas. Sin fe, caminamos a tientas y procuramos los tesoros de este mundo que, al final, se nos escapan de las manos. Mediante la fe, podemos tocar y gozar ya de ese Tesoro. La fe nos mantiene despiertos, atentos a lo importante, al Importante. La fe nos hace ver más allá, nos ilumina el sentido de que vender los bienes y dar limosnas es una buena inversión. La fe, como a Abrahán, nos mantiene en camino, siempre peregrinos, en la buena dirección. Los patriarcas “murieron firmes en la fe, reconociendo que eran extraños y peregrinos en esta tierra”; sabían que hay otra patria mejor. Por fe, Abrahán estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, pues “pensaba que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos”. La fe nos da valor para ofrecerle a Dios los “hijos” de este mundo (dinero, fama, poder, proyectos personales, placeres mundanos…), sabiendo que nada se pierde, al contrario, se gana el Reino entero. Como Sara, sabemos que la esterilidad para el mundo es fecundidad para Dios.
Padre Jesús Hermosilla

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