11 de agosto de 2010

Homilia Padre Jesús H.

Solemnidad de la ASUNCIÓN
DE LA VIRGEN MARÍA


Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede

A lo largo del año litúrgico, vamos celebrando las maravillas que Dios ha hecho en María, desde su concepción inmaculada hasta su glorificación con Cristo. Hoy precisamente celebramos el triunfo y gloria de María. Eso es la asunción. María ha sido “asunta”, es decir elevada al cielo. Se cumplen así sus propias palabras en el Magníficat: “El Señor puso sus ojos en la humildad de su esclava… y exaltó a los humildes”. Ahora se han cumplido plenamente las palabras del salmo: “de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro”. Es la victoria, el triunfo y la exaltación de aquella muchacha de Nazaret en la que Dios puso sus ojos para ser la madre del Cristo. En este mundo, experimentó no sólo la humildad sino la humillación: tal vez el desprecio de muchos en Nazaret al hacerse perceptible su embarazo y la humillación de estar al pie de la cruz como madre de un ajusticiado. Ahora la llaman dichosa todas las generaciones.

Cristo resucitó y, en Cristo, todos volverán a la vida

¿En qué consiste el triunfo y exaltación de María? Primero, en participar ya plenamente de la resurrección de su Hijo. Lo que para los demás santos es todavía objeto de esperanza, la resurrección corporal, en ella es ya una realidad. Segundo, en participar en la realeza y señorío de Cristo sobre el mundo (Reina y Señora de cielos y tierra). La realidad actual de María contiene todo lo máximo que cualquier ser humano desearía poseer: salud y belleza (“prendado está el Rey de tu belleza”), inmortalidad, felicidad sin fin en el amor, conocimiento de la verdad, poder y señorío, vida eterna, fama y éxito, plena realización humana. Ella es esa “mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza”.

Es verdad que esta realidad permanece oculta a los ojos del mundo, al igual que la gloria del Resucitado, y sólo se deja contemplar por los hombres de fe. El mundo sigue considerando triunfadores a los astutos sin escrúpulos que alcanzan el poder político o económico, a quienes son cotizados en millones de euros por darle bien patadas a un balón, a las actrices y cantantes famosos. A nivel más popular, a quien ha sabido hacer fortuna, ha alcanzado un buen cargo o ha levantado un negocio, tiene una o varias casas, goza de salud y amores, todo le va bien, sabe darse buena vida, y siente la estima y admiración de sus vecinos y conocidos. De momento, tiene que ser así.

Garantía y esperanza para el pueblo de Dios todavía peregrino

Para quienes tenemos fe, celebrar la asunción de María, además de recordar su triunfo, es ocasión para renovar la esperanza. Ella es primicia de la Iglesia. El triunfo de la madre será también el de los hijos. Puedo decirme a mí mismo con alegría: “yo también seré resucitado, yo también triunfaré, yo también alcanzaré la plena madurez, yo también llegaré a ser totalmente feliz, todos mis deseos serán satisfechos de manera sobreabundante como ni siquiera puedo imaginar; no soy un iluso, no me he equivocado, mi fe en ese cielo no es un mito trasnochado”.

Celebrar la asunción de María es un desafío a las ideologías de moda que nos miran “por encima del hombro” y se burlan de nuestras esperanzas. Además, el dragón sigue ahí, con sus siete cabezas y diez cuernos, dispuesto a tragarse a todos los que no le rindan honores y obediencia. No hay que acobardarse: ya “ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y su reinado y del poder de su Mesías”. Somos David frente a Goliat. La asunción de María nos lo recuerda. Por tanto ¡nada de complejos! Tengamos paciencia, es decir, vivamos de esperanza. La esperanza cristiana no defrauda. Es más, no nos cansemos de proclamarla; en el fondo de todo corazón humano late, inconsciente, reprimido tal vez, el deseo de lo que esta esperanza encierra. Ahora bien, el secreto para que muchos lleguen a conectar ese deseo con Jesucristo, vivo y celebrado en la Iglesia, está, creo yo, no tanto en palabras cuanto en amor; ni siquiera en las obras en general, las obras de la institución (caritas, colegios, roperos, comedores, campamentos…) sino en ese amor de tú a tú, personal, hecho más en darse que en dar, más en amistad que en ayudas. Como el de María a Isabel.
Padre Jesús Hermosilla

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