18 de agosto de 2010

Homilia Padre Jesús Hermosilla

DOMINGO XXI DEL
Tiempo Ordinario
Ciclo C
22-08-10


Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria

La elección, por parte de Dios, del pueblo de Israel como su pueblo, creó en los hebreos la convicción de que los demás pueblos, los paganos o gentiles, no tendrían nada que ver en el Reino. Sin embargo, ya desde muy antiguo, hay señales en la Biblia de que también Dios ama a esos pueblos: manda que el forastero sea bien tratado, que incluso pueda llegar a ser parte del pueblo judío, envía a Jonás a predicar la conversión a una ciudad enemiga para darles la oportunidad de salvación… En esta línea se enmarca el texto de Isaías que escuchamos este domingo en la primera lectura. Dios va a enviar mensajeros –dice este texto- a los países lejanos y las islas remotas, para que su nombre, es decir, Él mismo, sea conocido en esas naciones; de entre algunos de ellos, que van a venir a Jerusalén, Dios mismo va a escoger sacerdotes y levitas. Este texto pone de manifiesto la intención de Dios que quiere, en palabras de san Pablo, “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Jesús mismo afirma que “vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur y participarán en el banquete del Reino de Dios”. Antes de su ascensión enviará a los apóstoles para que vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio. Por tanto, la intención de Dios, su deseo más profundo, es que todos los hombres puedan alcanzar la salvación. Pero Dios no obliga a salvarse, tiene un respeto sagrado por la libertad que ha dado al hombre. Que el deseo de Dios se realice ya no depende sólo de Él, sino ¡tremendo misterio! de las decisiones de cada ser humano.

Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?

La pregunta que le hace a Jesús aquel oyente queda sin respuesta directa. ¿Pocos? ¿muchos? No lo sabemos. A lo largo de la misma historia de la Iglesia ha habido épocas donde los predicadores mandaban al infierno a no sé cuánta gente y otras, como la nuestra, donde es tabú hablar de él y hasta hay “teólogos” que niegan su existencia. En nuestro tiempo, hay que volver a recordar las palabras de Jesús sobre la posibilidad de verse echado fuera del Reino para siempre. Son muchos los textos en los que habla de la condenación eterna, del infierno, de la gehena, de perderse para siempre. No podemos ignorarlos. Hay que tomarlas en serio. Hoy hay que recordar la existencia del infierno: por fidelidad a Jesús y por amor a quienes pueden ver su vida encaminada hacia ese estado de condenación e infelicidad eternas.
Nos dice el texto de la carta a los Hebreos -2ª. lectura de hoy- que Dios corrige a sus hijos. No nos gustan las correcciones, pero son necesarias. Son expresión de amor. Aceptadas “producen, en quienes las recibieron, frutos de paz y de santidad”. Seguramente es éste, la posibilidad de la condenación eterna, uno de los aspectos en que el pueblo cristiano en general necesita una corrección, al menos respecto a esa mentalidad o convicción muy extendida de que todo el mundo se salva; asistimos a un funeral y apenas se invita a orar por el difunto, se da por descontado que ya está en el cielo. Parece demasiado optimismo, al menos a juzgar por las palabras de Jesús de este domingo y otras semejantes.
Esfuércense por entrar por la puerta angosta, pues muchos tratarán de entrar y no podrán

Habla Jesús de entrar por una puerta estrecha. Habla de que la puerta se cerrará y “ustedes” –nosotros- se quedarán afuera y no nos conocerá. Habla de llanto y desesperación. No dice esas palabras de los babilonios o los chinos, sino a los judíos que le escuchaban. Hoy nos las dice a nosotros. No basta una vida cristiana superficial –“hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”: “fui monaguillo”, “era amigo del cura”, “desfilaba en las procesiones de semana santa”, “bauticé a todos mis hijos”…- Hoy se quiere una vida cristiana –los que la quieren, no hablamos aquí de quienes consciente o inconscientemente ya han apostatado- de puerta ancha donde quepa todo o casi todo: ayuda a cáritas y explotación al emigrante, comunión eucarística y pareja nueva, celibato y fornicación, estricta asistencia a misa dominical y paternidad bien egoísta e irresponsable, guarda escrupulosa de los viernes de cuaresma y buenas parrilladas (chuletadas) un día sí y otro… también, primera comunión de los hijos, sin faltar ni un día a la catequesis, y vida sin Dios los fines de semana, filiación católica y socialismo marxista… Revisemos dónde estamos, qué planteamiento de vida cristiana llevamos, qué actitud tenemos ante la cruz, qué nos dicen los criterios evangélicos “pobreza de espíritu”, “misericordia”, “perder la vida”, “perdonar setenta veces siete”, “mansedumbre y humildad de corazón”, “no servir a Dios y al dinero”, “negarse a sí mismo”, “cargar con la cruz”… Si estos criterios no nos dice nada ¿qué cristianismo es el nuestro? Jesús, dice el evangelio de hoy, “se encaminaba a Jerusalén”, ya sabemos a qué iba.


Padre Jesús Hermosilla

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