15 de agosto de 2010

Notas exegéticas



Notas exegéticas
La Asunción de María
15 de Agosto
“! Dichosa tú que has creído!" (Lc 1,45)


Ap 11,19a; 12,1-6a.10b
1Cor 15,20-27a
Lc 1, 39-56


La fiesta de la Asunción de María nos invita a contemplar en la Madre del Señor la anticipación del destino glorioso reservado a todos los creyentes, quienes participando por la fe y el bautismo en la muerte y resurrección de Cristo están llamados a gozar un día de la eterna comunión con Dios. María llevada al cielo es signo de esperanza y motivo de gozo para los que aun caminamos en la oscuridad y las luchas de la historia (primera lectura). Nosotros también estamos llamados – como ella – a participar de la Pascua de Cristo, principio de la nueva creación, más allá de la muerte y del mal (segunda lectura).

La primera lectura (Ap 11,19a;12,1-6a.10b) es una bellísima reflexión de tono apocalíptico sobre el misterio de la Iglesia y sumisión en la historia. En esta página bíblica resaltan dos ricos símbolos: el arca de la alianza y la mujer encinta a punto de dar a luz. El arca es el lugar de la presencia de Dios y el símbolo de las intervenciones del Señor en medio de la historia (11,19a). Según una antigua leyenda judía, el arca, destruida en ocasión del exilio de Babilonia, debía volver a aparecer con la llegada del Mesías. Su mención al final del capítulo 11 indica que lo que está por describirse pertenece al tiempo de la plenitud mesiánica, al momento culminante de la salvación. A continuación el capítulo12 se abre con el otro símbolo, el de la mujer,"vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12,1). En la tradición bíblica la mujer es imagen del pueblo de Dios, envuelto aquí dela luz de la presencia divina (Sal 104,2) y de las promesas de salvación (Sal 89,37-38); un pueblo que aun viviendo en la historia posee una vocación de eternidad por encima de las contingencias y limitaciones del tiempo (la luna, el astro que determinaba el calendario bíblico, está sometida a sus pies);un pueblo que tiene su origen en las doce tribus de Israel y en los doce apóstoles del Cordero (las doce estrellas). La mujer" estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor" (v. 2). Es el pueblo de Dios, la Iglesia, que en medio de las dificultades y pruebas de la historia está llamada a dar a luz al Cristo pascual a través del testimonio de vida, de la celebración sacramental y del anuncio evangélico. La Iglesia es descrita en una situación de lucha delante del "dragón rojo" (color de la violencia en el Apocalipsis), símbolo de las fuerzas idolátricas e inhumanas de origen demoníaco que se encarnan en los centros de poder de este mundo (tiene siete cabezas y diez cuernos). En el centro de tal combate aparece la figura de un "hijo varón", asediado por el dragón pero puesto a salvo "junto al trono de Dios". Es la victoria del Cristo pascual anunciado y testimoniado por la iglesia, "destinado a gobernar a todas las naciones con cetro de hierro".La Iglesia entera da a luz a Cristo y, aun cuando sufre la persecución y el dolor, participa de su triunfo sobre el pecado y sobre el mal.

La lectura mariológica de esta página del Apocalipsis, que ve en aquella mujer a María madre del Mesías, es casi espontánea. En un segundo momento podemos aplicar la lectura del Apocalipsis a María. En la plenitud de los tiempo sella ha engendrado en la carne al Mesías salvador, en la cruz ha sufrido la pérdida de su hijo, condenado a muerte por las fuerzas del mal, y en la resurrección, inicio de la nueva era dela salvación, ha participado de la victoria de Cristo sobre la muerte como primera creyente, fuente de esperanza y modelo de todo discípulo y de la Iglesia entera.

La segunda lectura (1Cor 15,20-27a) es una magnífica reflexión paulina sobre la íntima relación que hay entre la resurrección de Cristo y la resurrección de los cristianos. Con un lenguaje hecho de ricas reminiscencias bíblicas, de tono apocalíptico e incluso penetrado de matices y categorías helenísticas, Pablo expresa su visión cristológica de la historia. Toda la humanidad, los hombres y mujeres de todos los tiempos, se encaminan hacia aquel punto Omega que es Cristo Resucitado, "primer fruto de quienes duermen el sueño de la muerte" (1Cor 15,20), nuevo Adán, principio de la nueva humanidad. La vida de Cristo Resucitado es la vocación eterna de todo hombre. Para Pablo, en efecto, la historia conoce dos momentos: primero, la resurrección de Cristo como "primicia" y luego, la de todos los que son de Cristo. "Por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo, todos retornarán a la vida. Pero cada uno según su rango: como primer fruto, Cristo, luego el día de su manifestación gloriosa, los que pertenezcan a Cristo" (1Cor 15,23). María es el primer eslabón de esa inmensa cadena de criaturas que Dios recupera para la vida eterna, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo. Entre "todos los que son de Cristo" ocupa un lugar privilegiado su Madre, creyente por excelencia y modelo de comunión de amor con Cristo su Hijo. Al final – dice Pablo– cuando la muerte, "el último enemigo" sea destruido (v. 26), "Dios será todo en todos" (v. 28).Ese destino de gloria se ha realizado ya en María llevada al cielo, en quien la Iglesia contempla desde ahora la realización plena del misterio pascual de Cristo.

El evangelio (Lc 1,39-56) narra el encuentro entre María e Isabel y nos hace escuchar el cántico de alabanza entonado por la Madre del Señor. María, modelo de la Iglesia (primera lectura) y primera criatura que participa del misterio pascual (segunda lectura), es presentada en el relato de la Visitación como nueva arca de la alianza. La reacción de Isabel: "!Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!. Pero, ¿cómo es posible que venga a visitarme la madre de mi Señor?" (Lc 1,42-43), representa el estupor de la comunidad creyente delante del arca de Dios en medio de su pueblo y, por tanto, delante de la certeza de que el hombre es llamado por Diosa una alianza perfecta y definitiva. De hecho, en 2Sam 6,9,leemos que David, mientras avanzaba el arca del Señor hacia Jerusalén, exclamó; “¿Cómo podrá venir a mí el arca del Señor?". Es la misma frase de Isabel, sólo que la expresión "arca del Señor" ha sido sustituida por "madre del Señor". María es presentada de esta forma como signo de la cercanía amorosa de Dios. Ella, como nueva arca, lleva en su seno a Cristo, Mesías de una alianza nueva y eterna; ella es la nueva tierra que Dios fecunda con su Espíritu (Lc 1,35a; Gen 1,2; Ez 37,14; Sal 104,30), el nuevo tabernáculo de la alianza, cubierto con la sombra del Omnipotente (Lc 1,35b; Ex 40,34; Sal 91,1; 121,5); el nuevo Israel que dialoga con Dios y cumple su alianza para siempre (Lc 1,34.38; Ex 19,8; Jos 24,24).

Isabel llama a María la madre de mi Señor. Ha descubierto que María pertenece a la nueva realidad del reino, que ha entrado en el mundo nuevo de la vida de Dios. María ha creído, y por medio de la fe, lleva la misma vida divina en sus entrañas. Y continúa: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito en fruto de tu vientre! En la Biblia la bendición de Dios es sinónimo de vida, de fecundidad, de paz y de salvación. Por eso Jesús es la bendición plena y definitiva que Dios ha donado a los hombres. Jesús, a quien María lleva en su seno, es el Bendito. Por eso ella, su madre, también es bendita, porque es portadora de la vida definitiva para el mundo. Ella es bendita entre las mujeres, es decir, entre las que generan y donan la vida en la historia. Al final Isabel proclama la gran bienaventuranza de María: “¡Bienaventurada tú que has creído (en griego: he pisteúsasa,"la creyente)!" (Lc 1,45). Ella es la primera de los bienaventurados (cf. Lc 6,20-21), la primera de los pobres de este mundo que, en medio de su misma pobreza y de su llanto, han recibido la gracia de Dios y han respondido con fe y con espíritu abierto a los planes de Dios. María es de Dios. Por eso es grande y dichosa: ha recibido el don de Dios, ha creído, y apoyada en esa fe puede presentarse como portadora de Dios entre los hombres.

María es mujer de nuestra historia, abierta a Dios y a los hombres. Ha vivido siempre en actitud de gratuidad yde donación. Por eso su cántico de alabanza, el Magnificat, es la oración de los pobres del Señor, una alabanza agradecida por la presencia de Dios que salva a su pueblo. En el canto de María se celebra el acto de misericordia supremo y definitivo realizado por Dios en favor de los hombres a través del nacimiento, la muerte y la resurrección–exaltación del Mesías Señor. María recibe con humildad las palabras de saludo y de bendición de parte de Isabel. No niega el misterio, no rechaza la fuerza y la alegría de la gracia. No oculta lo que Dios ha ido realizando en su vida. María ora: se abre a Dios, se deja sorprender por el gozo y la presencia de la gracia divina. Y responde devolviendo a Dios la gloria y la alabanza que Isabel le ha ofrecido: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva" (Lc 1,47-48). Toda la existencia de María es un canto de alabanza a Dios que ha obrado grandemente en su vida: "Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho en mí obras grandes, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (Lc 1,48-50). La Virgen se reconoce amada de Dios que es su Señor, y canta agradecida.

Pero luego da un paso más en su alabanza. Como auténtica orante, se descubre también vinculada a los hombres y mujeres de la historia. En su oración su vida se expande solidaria y fraterna hacia toda la humanidad: "El Señor despliega el poder de su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y eleva a los oprimidos; colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos" (Lc 1,51-53). María proclama no sólo lo que Dios ha hecho en su vida, sino que alza su voz para cantar la acción de Dios en la humanidad. Se descubre inmersa en la historia de pobreza y sufrimiento de los hombres, descubriendo, al mismo tiempo, la fuerza creadora de Dios que transforma, por medio de Jesús, las viejas condiciones de la historia. María alaba al Señor por esa misteriosa forma en que actúa en favor de los pequeños de este mundo (los pobres, los humillados, los últimos, los oprimidos), acabando con la prepotencia y la soberbia de los grandes (los ricos, los poderosos, los saciados).Es el nuevo orden de cosas que surge con la venida de su Hijo, el Mesías Jesús. De esta forma, la palabra más profunda y gozosa del misterio de Dios, la oración más íntima, se convierte en María en proclamación gozosa de la gran transformación social y política de la humanidad que supone la llegada del reino. El Magnificat denuncia la mentira y la ilusión de los que se creen señores dela historia y árbitros de su destino, y alienta la esperanza delos que, como María, poseen un corazón lleno de amor, abierto a Dios y a los hombres, un corazón libre y liberado.

La celebración de la Asunción es la celebración del gran triunfo de Dios y de Jesús su Hijo, Mesías y Señor, en María, "la pequeña sierva del Señor". La Asunción de María es la fiesta de la victoria de Cristo en el discípulo cristiano, una victoria que se realiza a través del servicio, el olvido de sí, la entrega sin límites en el amor y la cruz. María es para nosotros el compendio completo de esta gran aventura: ella, desde la plena y humilde donación de sí a Dios y a los hombres, ha ascendido a la gloria de Dios. En la fiesta de la Asunción de María a los cielos celebramos que la raíz de la transformación plena de todo hombre se encuentra en la fuerza de la fe y de la pobreza. María se encuentra, por una parte, alejada, separada de los hombres, participa ya con Cristo de su gloria, está resucitada, ha subido ya a los cielos. Pero, al mismo tiempo, ella se presenta con Cristo y desde Cristo, como la persona más cercana, más fuerte y eficiente dentro de la historia. De esta forma nos ayuda y acompaña en el camino de la fe y del amor, para que seamos hijos de Dios y discípulos de su Hijo y podamos un día llegar —como ella — a la gloria eterna del cielo.

Mons. Silvio José Báez Ortega
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua
Managua, República de Nicaragua

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